Relatos

Índice 

  • LA LEYENDA DE LA CIUDAD SIN NOMBRE (8/11/2022)
  • EL DRAGÓN ALADO (Cuento de Navidad-diciembre 2021)
  • "STATERA IUDICIA DOMINI" (21/11/22)
  • LA ESQUIRLA EXTRAVIADA (26/11/22)- Premio Cartas de Amor Red de Solidaridad de Galapagar 2022
  • EL TALISMAN DE MADERA (Cuento de Navidad-21/12/22) 
  • EL PASO DEL DIABLO (11/1/23)
  • DEJA VU (31/1/23) 
  • LA EPIDEMIA SILENCIOSA (02/03/23)-Premio Cartas de Amor Red de Solidaridad de Galapagar 2020
  • EL TATUAJE DE SARAH (12/4/23) 
  • SEMPER FIDELIS (28/5/23)
  • CAMPO DE BATALLA (25/07/23)
  • MILENA (15/10/23) Segundo premio relatos cortos V Centenario Galapagar 2023
  • CASCABEL Y EVERGREEN (Cuento de Navidad-18/12/23)
  • PERSEIDAS O LA BUENA ESTRELLA Segundo premio cartas amor V Centenario Galapagar 2023 (enero 2024)
  • CUENTA UNA LEYENDA Primer premio Poesía V Centenario Galapagar 2023 (Enero 2024)
  • SIRIO Premio Relatos Red Solidaridad 2021 (Enero 2024)
  • V PALABRAS Relatos Octubre/Noviembre/Diciembre/Febrero /marzo 2024)
  • CARBONO 14 (14/02/24)
  • EL PARAGUAS ( Carta de amor-mención especial Red de Solidaridad 2024)
  • MAR INFINITO ( Relato solidario septiembre 2024)
  • LA COMPASIÓN DE NEPTUNO (Segundo premio poesía Red de Solidaridad 2024)
  • YAKUMAMA (21/11/24)
  • DEMASIADO TARDE (25/11/24) (1er premio 100 Palabras contra la Violencia de Género-Ayuntamiento de Galapagar)
  • EL GORRIÓN ( Microrrelato navideño 2024)
  • AQUATIERRA Y LOS PECES VOLADORES (Cuento de Navidad 2024)

Para aquel que no me conozca le diré que aparte de todo tipo de libros que me gusta leer, a los cuales podéis echar un ojo en el apartado de Opiniones Literarias, siento auténtica pasión por los relatos. Me parecen una manera fantástica de tratar de elaborar un planteamiento desarrollo y desenlace de una historia con pocas palabras que a veces es incluso más difícil que escribir muchas. De hecho los dos libros que tengo publicados y que tenéis también en el apartado Mis Libros, son de relatos.

En esta sección pretendo ir poniendo relatos míos sobre diversos temas, los cuales no estén en los libros claro, que para eso tenéis los enlaces por si los queréis adquirir.

Comienzo con este relato que es de hace bastante tiempo pero adaptado. Con él, rindo homenaje a la persona con la que llevo compartiendo 35 años de mi vida. Hoy, ocho de noviembre de 2022, cumplimos las bodas de plata pero son muchos más los años que llevamos juntos.

Va por ti, Luis. Te quiero con locura

LA LEYENDA DE LA CIUDAD SIN NOMBRE (8/11/22)

(8-11-2022)
LA LEYENDA DE LA CIUDAD SIN NOMBRE

Desde lo alto del mirador trato de distinguir algún que otro tejado. La espesa niebla me impide ver a más de tres pasos, como una cortina de humo blanco que no quiere desvelar el misterio de lo que, un poco más allá, permanece enigmático. Es un reto para los visitantes que acuden, con cierto escepticismo, al comienzo de una gran aventura. Todos los que en otro tiempo han traspasado el umbral de la ciudad, jamás han querido regresar. Sin embargo, son cada vez más los que arriesgan parte de su vida, aun sabiendo que van a quedar atrapados...

Un poco más abajo, la falda de la montaña queda rota por una estrecha vía de tren, que en otros tiempos servía de enlace entre los pueblos y ciudades de la comarca, rompiendo la armonía del paisaje en un ir y venir constante. Raíles oxidados, palancas para el cambio de agujas, topes de frenado, arcos metálicos, el sistema de bombeo de agua, andenes, muelles...La hasta hace no tantos años estación de la Ruta de la Plata, ahora abandonada, tiene aspecto de no haber sido usada durante años...

Plantada en medio de la vía, trato de imaginar la actividad en la época de su pleno apogeo. Vagones llenos de materia prima, algodón, lana, tintes, maquinaria pesada, piezas de recambio, herramientas, para la manufactura de la industria textil...Y viajeros, muchos, trabajadores de las fábricas, padres, madres, abuelas, novios ¡De cuantas despedidas habrá sido testigo muda, silenciosa...! ¡Cuántas lágrimas se habrán derramado en los andenes, y cuantos abrazos, cuántos reencuentros...!

Oigo el ruido inconfundible de la máquina de vapor aproximándose y me aparto de las dos líneas paralelas, que en su tiempo fueron brillantes, por si acaso el tren no se detiene a tiempo. Pero no, no es eso lo que suena, es el silbato de unos críos que se encuentran en la explanada, jugando. No estamos en el siglo pasado. Los viajeros y los vagones no vienen ni van de ningún sitio, y a ninguna parte. Vuelvo de mi ensoñación y tras un breve tiempo de reacción, me doy cuenta de que, desde allí, la vista es espectacular.

Se divisa la sierra, mágica, imponente, la muralla, restos de la fortaleza primitiva, transformada en castillo después, en la cual, cuenta la leyenda, los cristianos escondidos en el monte del Castañar se camuflaron con musgo todo el cuerpo, y cargados de armas descendieron por la noche al pie de las murallas; al amanecer, se dirigieron hasta la fortaleza musulmana ocultos tras su verde camuflaje, con el que consiguieron reconquistar la ciudad. También alcanzo a ver la torre de la iglesia de Santa María la Mayor, la ciudad, alargada, con sus casas, restos de los muros derruidos de alguna antigua fábrica...

El ambiente está enrarecido: es una mezcla de frío y calor, luces y sombras que se confunden, y, sin embargo, incitan a seguir avanzando hipnotizados a los que alguna vez han sido picados por la curiosidad de un mundo mágico, distinto a todos.

Para llegar a la otra parte de la ciudad, hay que pasar por el túnel, oscuro y cubierto de musgo debido a la humedad y a su aparente estado de abandono. Aún se puede ver el semáforo a la entrada, sin luces, por supuesto. Quizá quisieron dejarlo, así como recordatorio de las reminiscencias del pasado, o para no perder la esencia de lo que un día fue. Pero había que cruzarlo...y lo hice. Las niñas iban detrás, una recogiendo flores silvestres, la otra mirando con curiosidad los huecos y las sombras de las piedras. Él haciendo fotos. Avanzamos de la mano.

Al pasar de la luz del sol del primaveral día a la oscuridad del túnel, me quedé cegada momentáneamente. Era cuestión de acostumbrarse al nuevo nivel de luz. Mejor dicho, de oscuridad...

Al otro lado todos parecen muy agitados; van y vienen con prisas...A lo lejos puede oírse una música. Una orquesta avanza por la calle central repartiendo churros y aguardiente. De repente la música se para y se hace el silencio. Se para, para ellos, pero no para el resto. Solo tienen ojos el uno para el otro.

Las ferias estaban próximas. Por la carretera iban llegando caravanas de camiones con las atracciones: El Barco Pirata, el increíble Hulk, el Gusano Loco, el Pulpo, los Caballitos, las Cadenas, El Tren de la Bruja, los Autos de Choque, y los puestos de churros, algodón dulce y manzanas de caramelo...Cuando todo estuvo instalado comenzó un festival de luces y colores. Estaban probando los altavoces del escenario donde por la noche tocaría la orquesta, que seguramente cantaría la canción con la que se dieron el primer beso...Te Quiero, de Hombres G.

Las estrellas centellean, no las del cielo: las de sus ojos. A pesar de ser una noche oscura, todo está iluminado con esos puntitos brillantes acompañados por la luna, luna llena, que anuncia el comienzo de algo grande...

Sigo avanzando y atravieso otro túnel. La ruta está llena de ellos. Y vuelvo a verlos.

Hablan y hacen planes, y ríen, sobre todo ríen, porque ¿sabes?, en la ciudad de la que te hablo todos sonríen.

Curiosas las señales: en los cruces de caminos, no hay indicadores de velocidad, o dirección obligatoria, o ceda el paso. En su lugar han instalado grandes carteles con leyendas tales como:

-Sonría, por favor

-Prohibido enfadarse, de 0-24 horas.

-Prohibido aparcar sonrisas mal engrasadas

-Use las papeleras para las caras largas

-Prohibido llorar: peligro de salpicar al vecino de enfrente.

Interesantes normas impone este alcalde. Quizá sea ese el motivo por el que todos los que entran en la ciudad se resisten a abandonarla.

Sigo avanzando: un nuevo túnel y parece que llego a la ciudad.

Tiene casas muy pequeñas donde sólo caben dos personas. Cada una está decorada con un estilo muy personal. Las hay pintadas de rosa (cursis para algunos... preciosas para otros), otras tienen jardines alrededor, o son muy sofisticadas, algunas por fuera parecen sumamente descuidadas, otras parecen muy elegantes...

De todas, sin embargo, hay una que me llamó poderosamente la atención: tiene un gran árbol en la puerta. De las raíces del árbol nacen dos enredaderas que ascienden entrelazadas hasta la copa, dando un rodeo, retorciéndose y haciendo formas imposibles para juntarse y abrazarse en lo alto. Se puede decir que llegan al cielo. Curioso. Otros tendrían manzanos o perales, pero... ¿Qué clase de árbol era ese? Debe significar algo.

Las ventanas de la casa están abiertas, quizá para que entre un poco de aire. De todos modos, el calor natural de la casa parece sumamente agradable. El comedor está adornado con una hermosa chimenea que permanece apagada y con la leña preparada para cuando llegue el invierno. En la repisa están colocados algunos adornos y recuerdos, así como fotografías. En la ventana contigua se encuentra la cocina, desde la cual se oyen voces. Los veo, pero no los oigo, hasta que una ligera brisa se levanta y me permite escuchar de lo que están hablando.

¿Te acuerdas?, dice ella. Te subiste al depósito de los Pinos al volver de pasar la tarde en la Fuente de la Hoja, a pensar en tus cosas o quién sabe en qué. Te hice una foto a escondidas, que todavía conservo como oro en paño. Aquel día me enamoré... Ya te había echado el ojo, pero creo que fue mutuo, o ¿acaso no significaban nada esas miraditas cómplices mientras poníamos ladrillos: pásame el cubo, la paleta, vete a por agua porfa, cuando estuvimos arreglando el local de Los Pinos? ¡Qué bien nos quedó! ¡Cuántas tardes pasamos jugando al continental, aquellas partidas eternas con cuatro o cinco y seis barajas con todos los que éramos! Cuantas tardes preparando la estufa, ¡Madre de Dios la que liábamos cuando no encendía! Y cuántas tardes nos acoplábamos en los sofás a hacernos arrumacos y carantoñas. Algún que otro beso se escapaba y a veces la mano llegaba a puerto seguro. Y entonces desaparecía el resto y solo quedábamos tú y yo.

Silencio: la pareja que habita la casa sale a reunirse con el resto de los amigos. Han quedado en "Las Barras", donde siempre. Aquella noche hay fiesta y salen a divertirse un rato, a la verbena y al local y a ver los fuegos artificiales.

Espera, la imagen se hace difusa. Atravieso un nuevo túnel, algo más corto que el resto.

Al salir, no entiendo, porque de repente me encuentro en la playa de Benalmádena. Estábamos al pie de un bloque de apartamentos y nos salió a recibir un tal señor Paco. Fueron nuestras primeras vacaciones juntos...Dios mío, qué vergüenza pasé cuando tu madre fue a pedirle permiso a la mía para que me fuera con vosotros. Fueron dos semanas maravillosas donde alternamos rutas turísticas, el castillo, los jardines, los burro taxis de Mijas, la sopa de picadillo, las atracciones del Tívoli, el puerto, Arroyo de la Miel, algún que otro bañito en el mar, los atardeceres a solas...

Atravesando otro túnel nos encontramos en una nueva estación. A lo lejos se divisan dos grandes torres y una chimenea alta, muy alta, impresionante, enorme. El día estaba nublado y no se veía el final: la central térmica de As Pontes. Probablemente sea uno de los mayores disgustos que me llevé. Terminada la carrera te dieron aquella beca. Recuerdo que cuando me dijiste el destino me pasé varios días llorando e inmensamente triste porque íbamos a estar separados mucho tiempo. Fueron cinco años de idas y venidas constantes: que si tú bajabas a Madrid, que si yo subía a verte, cogiendo el autobús el viernes nada más salir de trabajar y regresando el lunes llegando a casa a las 6 de la mañana justo para dormir una hora y seguir trabajando de nuevo, que si nos juntábamos en Béjar...

Pero no todo fue malo. Recorrimos Galicia de norte a sur y de este a oeste: Pontedeume, As Pontes, Cedeira, San Andrés de Teixidó, Estaca de Bares, Finisterre, Taramundi, La Playa de Las Catedrales, Las Queimadas, El Tertulia, el Mesón de Ana...

Y seguimos avanzando por la vía, y atravesando un nuevo túnel, en cuya salida encontramos un día lluvioso, muy lluvioso. Mucha gente muy elegante al pie de la Iglesia del Castañar.

A lo largo de todos aquellos años habíamos ido viendo como todos nuestros amigos, primos, se iban casando y nosotros seguíamos separados por los 565,3 kilómetros de distancia entre Madrid y Puentes de García Rodríguez. Pero nuestro turno había llegado.

Bonita época, y bonitos viajes a Santo Domingo (la playa impresionante en Puerto Plata, el cocoloco recién cogido del árbol, la ruta a caballo, la ruta a las pozas, la isla Bacardí...), a Tenerife (el Mar de Nubes, Garachico, Icod de los Vinos, el Teide, la Laguna, la Playa de las Américas, y de las Teresitas...), Cáceres, Córdoba, Granada, Toledo, Mérida, Valencia, Oropesa (Toledo), Port Aventura... ¡Que dos años pasamos disfrutando el uno del otro hasta que nacieron las niñas, nuestros tesoros!.

Sigo avanzando por la Vía Verde: parece que hay otro túnel, oscuro igualmente.

Lo atravieso.

Parece un día gris, muy gris. Las nubes invaden el cielo. Ya no es azul y no pueden verse las estrellas, ni la luna. Con el agua, el árbol que vimos al principio había crecido y las enredaderas estaban cada vez más sujetas la una a la otra.

Amenazaba tormenta.

Vuelvo la vista atrás antes de volver. Ya no están las ferias. Ni los fuegos artificiales, ni la orquesta, ni las casas. Al entrar en el primer túnel me cegó la oscuridad, y viajé sin tren. Claro, ya no pasan por aquí. Viajé en el tiempo...Flashback... ¿o dejavu? Estaba recordando nuestra historia y el significado de cada risa, de cada árbol, la enredadera... de cada beso, de cada mirada... Y viajé por algunas estaciones de mi vida. De nuestra vida. Seguimos avanzando. Las niñas vienen a nuestro lado. Él me aprieta la mano, y sonríe.

- ¿Qué pasa?

- La señal. Hago caso a la señal.

- ¿De qué hablas? No entiendo.

Entonces me doy cuenta de que una de las niñas se adelantó corriendo al salir del túnel y con su mano trató de limpiar la señal que estaba caída, apoyada en el murete de piedra, cubierta de hojas, polvo y suciedad, y con sus dedos dibujó una sonrisa...

Y regreso de la ciudad sin nombre... ¿O es la que llaman amor? Y vuelvo a la realidad. Y él sigue a mi lado.


EL DRAGON ALADO


Mi sexto sentido me estaba chivando que aquel año que estaba a punto de comenzar iba a ser diferente, al menos en parte. Diferente en cualquier caso no significa mejor, ni peor. Significa…cada cual debe buscar su significado, sin diccionarios, ni traductores, ni google.

Me levanté y saqué del trastero las cajas que estaban cogiendo polvo desde el año anterior, y que estaban minuciosamente etiquetadas: figuras, belén, luces, árbol, bolas, adornos, espumillón…

Encendí la chimenea. El frío, la ventisca y la lluvia eran feroces en el exterior, y amenazaban con perturbar la paz y el sosiego que reinaba dentro. En cuanto las llamas empezaron a crepitar, comenzamos a desembalar y a esparcirlo todo, a ver el estado en que habían quedado de la temporada anterior. Algún brazo, o pierna rota, alguna bola sin hilo, las luces que no funcionan, el papel de la montaña rajado…nada que no se arregle con loctite, cello, hilo, o una buena dosis de ingenio.

Me quedé hipnotizada mirando el naranja intenso de la lumbre que devoraba los troncos, las ramas secas y las piñas, que aullaban queriendo salir de su encierro. Me relajaba observarlo, pero a la vez me daba miedo. Es como si los brazos de la hoguera trataran de escapar de su mundo para adentrarse en el mío, como un animal de múltiples tentáculos que se esforzaban en atraparme.

Seguimos colocando las bolas en las ramas del árbol, un poquito de espumillón por aquí, otro poco por allá, las luces en la ventana y las piezas en el Belén, eso sí, con la precaución de que guardaran la debida distancia, por gremios. El castillo de Herodes al fondo, el poblado, el molino, las lavanderas, el río, el mercado, los pastores, los animales, cada cual en su recinto. Los Reyes, el portal, el ángel y la estrella, que no falten.

Continúe observando las llamas feroces. Estaba claro, venían a por mí. Y no pude escapar. Viajé a lomos de un dragón alado sobrevolando un vasto territorio. Es curioso. En ese momento ya no sentía miedo. A pesar de estar a gran altura es como si pudiera escuchar las conversaciones de las personas que estaban a cientos de metros por debajo de mí.

Un grupo de mujeres machacaba con una piedra y un minúsculo trozo de jabón la ajada ropa puesta tantas y tantas veces tratando de disimular las manchas, los agujeros y el uso del derecho y del revés porque no tienen medios para renovarla... A pesar de todo, sus conversaciones eran alegres, era su momento, dónde se contaban sus cotilleos, sus amores, sus desamores, dónde intentaban arreglar el mundo... hasta que era la hora de volver a casa.


Más allá un hombre tiraba de un carro, transportando leña. El año no había sido bueno y no tenía dinero para comprar una mula que le ahorrara tanto esfuerzo físico y tantos dolores de espalda. Aun así, sonreía: las ramas que transportaba con tanto esfuerzo le darían calor en aquel crudo invierno.

Un poco más lejos, al pie y al resguardo de la montaña y del bosque un grupo de pastores se calentaban las manos. Vivían en la calle, y curiosamente, también se les veía felices charlando animadamente...

Al pie del molino, un grupo de comerciantes había establecido sus puestos tratando de vender la cosecha y la pesca que aquel año había sido floja... Poca gente se acercaba, dadas las circunstancias. Pero ellos no perdían el buen ánimo y la buena disposición ofreciendo sus productos:

-¡castañas, castañas asadas!

-¡el mejor pescado, oiga, recién cogido del río!

-¡chorizo, pollo, lechones!

-¡peras , manzanas , recién cogidas del árbol!

-¡el mejor vino de barrica!

En la ribera del río, un hombre alto con sombrero intentaba pescar, guardando sus capturas en una cesta que luego le llevaría a su mujer en el mercado. Todo queda en la familia. No había posibles para contratar ayudantes.

Los animalitos, en su corral. Comiendo y durmiendo.

Y en un chamizo hecho de tablas y paja un buey y una mula daban calorcito a un bebé en pañales, que estaba casi a la intemperie, bajo la atenta mirada de sus padres y de los Ilustres Visitantes que habían venido a verle...

- Mamá, mamá, ya hemos terminado.

Me tocó en el hombro y salí de mi letargo. Cuando me quise dar cuenta lo que eran llamas ya eran rescoldos. Me había quedado ensimismada mirando el fuego, que ya había consumido todo el combustible. Había sobrevolado con la imaginación mi propio Belén. Pero parecía tan real... No estaba a lomos de ningún dragón. Estaba sentada en el suelo del salón riéndome para dentro. Si, es verdad, este año va a ser...

Me levanté e hicimos el encendido oficial, como en Central Park, pero mejor, porque era nuestro.

Mi viaje a tiempos antiguos, hace más de dos mil años había concluido, y me había situado de nuevo a las puertas de 2021.

  • Esperad, les dije. Falta una cosa.

Dibujé y pinté una estrella en cartón, nada de lujos, y la coloqué en su sitio: encima del portal.

  • ¡Vamos, pedir un deseo!

Deseo, deseo, deseo… ¡ay, no puedo decirlo! Si se dice en alto no se cumple, y yo estoy segura de que el año que viene será…diferente. Diferente en cualquier caso no significa mejor, ni peor. Significa…cada cual debe buscar su significado, sin diccionarios, ni traductores, ni google. Que cada cual busque en su interior y le dé el valor adecuado a este 2020 que ya se va, y del que seguro, seguro, seguro, habremos aprendido algo.

Y seguiré soñando despierta, o dormida, según toque, con dragón o sin él, y seguiré manteniendo la esperanza, y la llama ardiendo, no en la chimenea, sino en mi corazón, que quemará y consumirá lo inservible, y tan solo dejará el rescoldo del calor familiar que me inunda cada vez que los veo…a ellos.

Y ahora sí que estoy despierta.

¿o no?

"STATERA IUDICIA DOMINI" (21/11/22)

Iba con el papel en la mano, tratando de llegar a aquel anticuario cuya dirección me habían escrito con letra diminuta y casi ilegible. A duras penas acerté con aquella puerta descolorida y envejecida por el sol. Al entrar sonó la campanilla de la entrada, que estaba colgada de un atrapasueños. Por la ventana entraba algo de claridad, no demasiada, y dejaba al trasluz la silueta de montones de objetos, cuyas sombras parecían pequeños monstruos dispuestos a saltar sobre los visitantes en cualquier momento.

Esperé a que saliera el dependiente un rato que se me hizo eterno. Comencé a curiosear tan dispares objetos dispuestos en las estanterías y cuya forma empezó a definirse según me acercaba. Relojes, baúles, máquinas de escribir, cámaras de fotos, libros, bolas del mundo, tinajas, lámparas, jarrones chinos, gramófonos, candelabros...A poca distancia ya no daban miedo.

- Hola, ¿hay alguien ahí? Nadie. Me acerqué al mostrador. Sobre él reposaba una balanza de pesas de distintos tamaños, perfectamente colocadas en dos filas, unas de oro viejo y de bronce en otra. La medida estaba repujada en el frente. Comencé a juguetear y a colocarlas indistintamente sin prestar demasiada atención. Los platillos subían y bajaban en función de la combinación que escogía. Ya por cabezonería intenté encontrar el equilibrio, pero no era fácil. Subían, bajaban, pero no atinaba con la horizontal...

Y apareció un entrañable personaje de detrás de la cortina que separaba la trastienda. Sin mediar palabra escogió una serie de ellas consiguiendo el equilibrio perfecto. Me sonrió cautivándome con su gesto enigmático.

  • Ahora tú.
  • Ya he probado.
  • Ahora tú, repitió. Tú puedes. No pusiste la debida atención. Confía en ti mismo y tu capacidad de elegir. Cierra los ojos, y siente su tacto en las manos.

Y así lo hice. Inspiré profundamente con los párpados cerrados. Y elegí al azar.

  • ¿Ves? Ya lo tienes

Cuando los abrí, me sorprendí al comprobar que mi elección basada en mi instinto había sido perfecta. Saqué las gafas y traté de leer la inscripción que tenían cada una de las elegidas. Mi sorpresa fue al comprobar lo que decían. No eran números de onzas, gramos, o el sistema de pesaje que tuvieran, sino palabras. Las pesas de oro viejo eran sentimientos positivos. Y las de bronce, los negativos. La inscripción de la parte frontal de la balanza, frotando con la mano la evidente suciedad acumulada por la falta de uso dejaba al descubierto las palabras "Statera iudicia Domini"...balanza de las decisiones. 

LA ESQUIRLA EXTRAVIADA 

Estoy completamente rota. Deshecha. Hecha añicos, literalmente. Imposible que los trozos que han saltado en mil direcciones vuelvan a formar lo que era antes. Cualquier pequeña esquirla extraviada impedirá completar el puzle de nuevo. El daño ya está hecho. Todo ha sido un accidente fatal de imprevisibles consecuencias. Sin mala intención. Sin preverlo. Sin quererlo. Sin sangre, a pesar del desastre. Algo es algo. Mejor así. La luna del escaparate ya no refleja nada de lo que habita en su interior. Nada. Ya nadie podrá verlo tal cual es. Ni desde dentro, ni desde fuera.

Así actúa un corazón roto. Roto por la ausencia. Roto por el desconsuelo. Roto por la ironía. Roto por la estupidez. Roto por egoísmo. Roto por orgullo. Roto por envidia. Roto por pereza. Roto por soberbia... ¡Qué más da el motivo! Roto, al fin y al cabo. Hecho pedazos.

Sé que nada volverá a ser igual. El cristal ya no refleja mis sentimientos. Ni los tuyos. Lo rompí yo. Me cuesta ser consciente del alcance del destrozo. Me reconcome por dentro. Sé que no podré repararlo. Pero quizá...quizá sí pueda minimizar los daños.

Comencé a recoger los cachos. Los que pude. Haré lo que tenía que haber hecho antes, mucho antes. Es tan simple como...no , no es verdad. Simple no es...no, pero merece la pena. Solo hay que decirlo una vez. Una sola vez. Una palabra. Tan sólo una. Con sinceridad.

O dos:

Y rebobinando la película marcha atrás, los cachos volvieron a su sitio. A su posición original. Todos menos uno. La esquirla extraviada. La que me recordará siempre que, aunque cueste pedir perdón, a veces es la mejor manera de poner punto y final, y mejor aún: punto y principio. Principio de un nuevo intento de no echar a perder una amistad, o un amor, ooo... de cualquier cosa que de verdad nos importe por simple y llana estupidez.


EL TALISMAN DE MADERA

Rudolph y Dasher amanecieron aquella mañana con las extremidades ennegrecidas. Ni siquiera podían ponerse de pie. El resto de la manada permanecía junto a ellos, tratando de darles un calor más simbólico que real. Aquel año habían alcanzado el récord de temperaturas bajas desde que se guardaban registros: 50 grados bajo cero. El viejo se levantó y se dirigió con preocupación a enganchar a sus dos mejores huskies, para poder dar el aviso a Agnes, la veterinaria de Rovaniemi, para que fuera a visitarles. Él vivía en Imari, a una media hora en trineo de la capital. 

Se puso en camino cuando aún destellaba la mágica luz azul que cubría el cielo en aquella época del año. La noche polar es así, o el día, según se mire. Había establecido allí su cuartel general porque disfrutaba enormemente de la paz y la tranquilidad de aquella zona apartada, y de la amabilidad del pueblo Sami.

Llegó pasadas las siete de la mañana. Con un poco de suerte encontraría a su amiga aún en la casa, preparándose el desayuno, antes de ir a recorrer las granjas de los alrededores, a hacerse cargo de los avisos. En ocasiones tardaba varias horas en volver, ya que las distancias entre poblaciones eran muy grandes, y todos los granjeros de la región recurrían a ella. Algunos venían desde muy lejos, y recorrían largas distancias para contar con sus servicios. 

Su mente viajó al momento en que se conocieron, pero de eso hacía ya muchos, muchos años. Parece que fue ayer pero todavía recuerda aquellas galopadas corriendo colina abajo primero y rodando después a ver quién llegaba antes al lago, una vez que se había deshecho parte de la nieve y que la primavera permitía, durante pocos días al año, disfrutar del sol de la luz y la pradera. Risas incontenibles y promesas de que a la próxima vez no la dejaría ganar. Pero ya sabía él que lo decía con la boca pequeña porque ella le ganaba casi siempre. 

Fueron años maravillosos y una infancia muy feliz, hasta que tuvieron que separarse, cosas del destino, para emprender cada uno sus estudios. 

Ella marchó a la Universidad de Nubika, pero él se quedó en Rovaniemi. Sus padres no le pudieron pagar una universidad fuera del lugar donde había nacido así que tuvo que quedarse allí y compaginar los estudios con el trabajo. Había que ayudar en casa. Cualquier pequeño ingreso era bienvenido. Desde muy pequeño comenzó a ganarse unos pocos marcos haciendo recados, primero, y ayudando como aprendiz y como oficial después en el negocio familiar: una pequeña carpintería donde arreglaban y ponían a punto los trineos del resto de los vecinos.

Con los tarugos de madera sobrantes, en sus ratos libres comenzó a hacer pequeñas figuritas de animales simples. Pasó de tallar intentos de perros, conejos, ardillas… a, según fue adquiriendo práctica y maestría, hacer renos con su cornamenta incluida. Le fascinaban estos animales, por las retorcidas y caprichosas formas de sus antenas naturales, y por la nobleza de los mismos. 

Cuando se quiso dar cuenta tenía más que una envidiable colección, perfectamente alineada en la repisa de la chimenea. Le gustaba imaginar que sus figuritas cobraban vida, y que le transportaban por los cielos hasta casi tocar las estrellas. Casiopea, esa era su favorita, aunque tampoco podía dejar de mirar al carro de la Osa Mayor que domina los cielos de verano en esa región del planeta, sin perder de vista a la estrella polar, que marca el norte el rumbo y el destino desde tiempos ancestrales. Se imaginaba viajando en el carro estrellado tirado por renos. Pero ¡qué tontería! los renos no pueden volar. Pero bueno la imaginación es libre, ¿o no?

Y con las cajas y los embalajes que traían las herramientas y los materiales con las que su padre trabajaba, él hacía coches, televisores, barcos, cámaras de fotos, cohetes… no había dinero para comprar juguetes, pero a él nunca le importó y se entretenía fabricándolos. Aunque en el fondo lo que más le gustaba era regalarlos. Y así es como nació su verdadera vocación.

¡Pero basta ya de soñar! No podía perder tiempo. Recuperada la consciencia, se dio cuenta de que el transporte de Agnes aún estaba en la puerta. ¡Bien! Aún no se había ido. 

En cuanto le contó el problema y le fue dando detalles, la cara de ella fue mudándose y adquiriendo cierto rictus de preocupación.

- ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder! 

Y salieron los dos rumbo a Imari, dejando las huellas sobre la nieve recién caída, que aún estaba blanda, ya que a esas horas nadie las había pisado. 

En cuanto Agnes visitó el establo y vio a los dos renos enfermos, enseguida empezó a dar órdenes para aislar al resto de las hermanas, por precaución. Aún tenían que analizar la sangre de todos, para valorar en qué medida podían estar afectadas. Mientras llegaran los resultados, debían guardar cuarentena. Encendieron la chimenea para dar calor a los animales, ya que, o bien podían haber sido atacados por algún virus, o bien, dadas las exageradas y anómalas temperaturas de aquellos días, podían haber contraído un cuadro de Raynnaud, o trastorno asociado a la contracción de los vasos sanguíneos ante tan desproporcionada bajada de los termómetros. A Nöel todos aquellos palabros le parecían incomprensibles.

¡No te preocupes! Se pondrán bien. Tan solo necesitan descansar, un poco de calor, y muchos cuidados.

Pero… ¡si tenía que salir de viaje con ellos ¡Mi misión es muy, muy importante!

Pues mucho me temo que tendrás que buscar otro medio de transporte. ¿Cuántos días vas a estar fuera?

Varios días con sus noches. Este año ha habido muchas peticiones y el recorrido es largo, muy largo. Y si yo no estoy, ¿quién va a cuidar de ellos?

Yo me hago cargo, no te preocupes. Me voy a llevar las muestras al laboratorio, así cuanto antes tenga los resultados, antes podremos ponerle remedio.

Está bien. Ultimo los preparativos, y me voy.

Si quieres te acerco al aeropuerto.

¿Al aeropuerto? ¡Pero si sabes que tengo miedo a volar!!

Jajaja. La carcajada de Agnes fue monumental. ¿Tú? ¿Tú tienes miedo a volar? ¿Y cuando sales con ellos, qué haces, vas con los ojos cerrados?

No, claro que no. Es diferente. No me fío de esos aparatos tan grandes y modernos. 

Pues me dirás si no, cómo quieres llegar a todas partes en tan poco tiempo…hay que modernizarse amigo.

Y el anciano se fue refunfuñando a preparar el petate mágico, donde todo cabe, sin riesgo de alcanzar sobrepeso ni cargo adicional por exceso de equipaje.

Se despidió de sus amados renos con lágrimas en los ojos: era la primera vez que se separaba de sus "niñas" por tanto tiempo. 

No te preocupes, van a estar bien. Son muy fuertes.

Y Nöel se dió la vuelta murmurando sus nombres: Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner. Más que la separación le daba miedo que tuvieran algo grave, y que a su regreso no estuvieran. Aún conservaba el collar que se fue fabricando cada vez que Agnes le había asistido en los partos, y que estaba formado por nueve trozos de asta de cada una, tras la primera muda de las mismas. Lo agarró con fuerza y se encomendó a Eira, la diosa nórdica de la salud y la sanación.

La llegada a la terminal fue caótica. Comenzaban a caer los primeros copos de nieve del día, y Agnes le dejó en la puerta, despidiéndose rápido para evitar quedarse atrapada antes de volver a la clínica.

Y así se vio, solo entre tanta gente sin saber a dónde dirigirse. En la puerta había indicadores de “Uber Trineos”. Siguió las flechas por instinto; quizá fuera mejor alquilar uno que no volar en el gigante metálico. Pero todo su gozo en un pozo, la parada estaba desierta, y además, tan sólo hacía el recorrido Aeropuerto-Centro. Nada de viajes de largo recorrido.

Resignado trató de llegar a los mostradores para sacar el pasaje. Por supuesto, el suyo era el que tenía la cola más larga de espera. Todo iba bien hasta que los altavoces anunciaron:

Señores pasajeros. Debido a las extremas bajas temperaturas, y como consecuencia del hielo presente tanto en las pistas como en los motores de las aeronaves, por su seguridad no es posible que se realicen despegues ni aterrizajes hasta nuevo aviso. Rogamos un poco de paciencia y disculpen las molestias. Se proporcionará alojamiento en el hotel del aeropuerto. Los asistentes están repartiendo caldo caliente. Esperamos que las condiciones mejores cuanto antes. Les mantendremos informados.

¡Santo cielo! ¡Pero eso no puede ser, es una verdadera catástrofe! Y ahora, ¿cómo se van a repartir los regalos a todos los niños? Bueno, y a los mayores, claro.

Intentó llamar a Agnes para que se diera la vuelta. Aún no dominaba la técnica de estos inventos modernos. Pero Agnes le había convencido de que en estos tiempos que corren no podía uno estar incomunicado y había que adaptarse a la tecnología si o si. Le había regalado un móvil sencillo, con GPS para que estuviera localizado por si le pasaba algo y sobre todo para poder mandar mensajes en caso de necesidad. Pero eso de los grupos, las difusiones, las fotos, los iconos, todo eso eran paparruchas, o al menos eso creía él. Pero recordaba el consejo de ella: no dirás que son tonterías cuando algún día te haga falta. 

Nada, no contestaba, quizá fallara la cobertura. Lo intentaría con el WhatsApp. Sería la primera vez que lo usara. Tantos teléfonos que había repartido él y ahora no sabía utilizarlo. 

Entro en la aplicación y se preguntó ¿y ahora qué?, y empezó a toquetear todos los botones. Chats, estados, llamadas, el símbolo de una cámara, una lupa…Esta última le pareció buena idea quizá aumentara el tamaño de las letras que el ya, a su edad las veía demasiado pequeñas. 

 

Pero no, las letras no se hicieron más grandes: en su lugar le apareció una lista interminable de nombres, que no le decían nada. También vio el símbolo de un micrófono. ¡Quizá esto sea buena idea, lo voy a intentar! Llamando, un, dos, tres. Probando, probando. Tampoco: el llamaba, pero nadie contestaba. 

¡A lo mejor puedo grabar un mensaje! Pero ¿y a quién se lo mando? ¿a todo el mundo? No no no no no no eso no puede ser. ¿O sí?

Y así entre tecla y tecla se quedó dormido. Imaginó que como todos los años surcaba los cielos con sus renas y con la ayuda de los duendes mágicos repartían ilusión a todos los niños. Le gustaba ver sus caras cuando abrían los regalos, aunque algunas veces no fuera lo que se esperaban. Le gustaba quedarse un ratito más contemplándolos y recordando aquellos primeros juguetes que él se fabricó. Le gustaba dejarles en cada paquete un mensaje. 

Navidad, tiempo de amar, tiempo de compartir

El mejor adorno esta Navidad es una sonrisa

La Navidad no se trata de abrir regalos se trata de abrir nuestro corazón

Manos arriba acabas de recibir un abrazo

Que en tu corazón sea Navidad todo el año

Y otros muchos más. ¡Le encantaba su trabajo!

Despertó al cabo de unas horas, le dolían todos los huesos de la mala postura de los asientos de la terminal. En lo que aún parecía un sueño lejano empezó a oír insistentes pitidos, y vibraciones en el bolsillo de su chaqueta. Se acordó de que había guardado allí el móvil. Cuando miró la pantalla tenía cientos y cientos de mensajes ¿Será posible?

Querido Santa: todos los años me asomo a la ventana cuando arrancas el trineo persiguiendo las estrellas para dar la vuelta al mundo. Este año no te he visto, así que me he preocupado. Nunca faltas a tu cita. ¿Estás bien? Cuídate mucho, este año ha hecho mucho frío.

Querido Santa: este año no quiero nada. Con la crisis, prefiero que mis regalos se los des a alguien que los necesite más que yo. Tengo todo y mucho más. Familia, salud y amor. Un abrazo.

Querido Santa: ¡Qué bonitos los calcetines calentitos!

Querido Santa: Muchas gracias por los corazones.

Querido Santa, no te preocupes, recibimos tu SOS mensaje. Ya nosotros nos encargamos. Ningún niño se quedará este año sin su regalo. 

¿Mi mensaje? ¿Qué mensaje? No recuerdo haber mandado ningún mensaje. Pero sí, sí que lo había hecho, sin darse cuenta, por supuesto. Con tanto toquitear los botones, había emitido una alerta y había mandado una difusión al grupo de los Elfos

 

Snowball Alabastro (administrador de la lista de las Cartas de los Niños en Navidad)

Bushy Evergreen (inventor de la maquina mágica de hacer juguetes)

Pepper Minstix (guardián del secreto de la aldea de Papá Noel)

Shinny Upatree (el mejor amigo de Santa y el cofundador del pueblo secreto en Laponia)

Sugarplum Mary (También es conocida como María Navidad. Asistente de la Sra. Claus)

 

Y habían respondido organizándose perfectamente. La Señora Claus les había distribuido las tareas. Hasta se había encargado de los transportes alternativos. El caso es que aquella campaña fue, cuando menos diferente. Y un éxito rotundo.

Querido Santa, Querido Santa, Querido Santa. Todos los mensajes empezaban igual, mensajes de agradecimiento. Bueno, todos menos uno:

Nöel, soy Agnes. Llegaron los resultados del laboratorio. Negativos. Nada de virus. Tus chicas están bien. Les hemos vendado las patas y les hemos puesto una pomada, y calorcito local. Y amor, mucho amor. Mejoran por momentos. 

Y por fin respiró tranquilo. Cuando se dio cuenta todavía tenía agarrado su collar talismán. Se ve que Eira le había hecho caso. Quizá fuera el momento de retirarse. O quizá no. Al fin y al cabo, él había nacido para eso. Llevaba 1676 años haciendo lo mismo. 

La megafonía del aeropuerto se puso en marcha. 

Señores pasajeros los servicios han quedado restablecidos. Muchas gracias por su paciencia. Pueden dirigirse a sus puertas de embarque correspondientes. 

Y Noel rajó el billete y se dirigió de nuevo a la parada de “Uber Trineos”. Esta vez hubo suerte.

¿Dónde vamos caballero?

A casa, amigo mío. A casa. 

 

 


 

 



El Paso del Diablo

Su ira provocó un terremoto terrible, de gigantescas proporciones. Se removieron cielo y tierra. Lo que era llano se convirtió en abrupto por la presión de las fallas convergentes en los extremos. Todo saltó en pedazos; un cataclismo en toda regla, dando lugar a un cañón tan profundo como un abismo, oscuro y tenebroso separando a los dos, uno a cada lado y castigándoles de por vida a ser estatuas de piedra, mejor dicho, faunos de piedra. En cierto modo temía que el poder de los dos juntos superara el suyo propio. Le habían desafiado y el jamás se lo perdonaría. Ellos no eran nadie y él ahora tenía en sus manos su destino. Había que garantizar la supremacía absoluta por el fin de los siglos. Siempre que el rey no volviera... Habría que asegurarse.

Al fondo del desfiladero, criaturas ctónicas, salvajes y poderosas, deseosas de que algún incauto osara cruzar el puente entre ambos mundos, al que le faltaba la parte central. Al otro lado de la cumbre rocosa, una hermosa pradera donde convergían sutiles manantiales, ninfas, sirenas, aguas cristalinas, bellas criaturas, un remanso de placer absoluto...el paraíso.

El brujo tan sólo les impuso una condición: aquel que osara intentar cruzar, debía contestar el acertijo que cada uno de ellos debía plantear al intrépido aventurero...si es que alguien se atrevía. La respuesta a ambos debía ser la misma. Sólo así su magia poderosa haría aparecer la parte central del puente, y ellos dejarían de ser de piedra. Ellos habrían ganado, y él habría... ¿perdido?

El hechizo del gran augur no tenía demasiados tintes de ser desecho. El gran cetro sería suyo por siempre. Ya se había afianzado bien las condiciones del reto eterno.

Ornus y Mornia, sin embargo, eran nobles y leales a su rey. Gwydion, sin embargo, se había aprovechado de la ausencia del gran líder de la manada en una misión de paz. La paz era aburrida, pensaba él: tan solo tenía ansia de poder. No pensaba en otra cosa. Aunque la ansiedad también mata...a uno mismo. Ya se verá.

Ellos habían pagado un alto precio por defender al rey. Aunque su cuerpo fuera de piedra, dentro del mismo albergaban un corazón congelado por el hechizo, que les mantendría con vida eternamente, mirándose de frente, pero sin poder tocarse. Un elemento más de condena. Tenían todo el tiempo del mundo para pensar. Debían hallar los acertijos exactos, tales cuyas respuestas fueran las mismas.

Mientras, alejado de allí, Tummus trataba de hacerse a la idea de lo sucedido. No había podido acudir en su ayuda, y se lamentaba por ello. Había llegado tarde, como casi siempre. Ahora tendría que buscarlos en los confines del reino. No sabía bien por dónde empezar. Salió con todo lo necesario para pasar varios días fuera. Cerró la puerta de la cueva tras de sí, encargando a los Trufos del bosque que la cuidaran en su ausencia. Sabía que volvería, pero no sabía cuándo. Ellos la mantendrían a salvo. Hasta les confiaría su vida.

  • No se preocupe señor Tummus. Escuche su corazón. Él le guiará.

El señor Tummus era como un hijo adoptivo para Ornus y Mornia, que lo habían acogido cuando apareció desorientado en el bosque hacía ya más de cien años. Ellos no podían tener descendencia y lo criaron como si fuera suyo. Ahora debía encontrarlos. Atravesó el bosque preguntando a los Gsifos, pero nada. Los Murpis tampoco le dieron pistas. Nadie parecía haber visto ni oído nada.

Pasaron tres días y tres noches sin noticias. Cansado se apoyó en una piedra y se quedó sumido en un profundo y extraño sueño. Veía bosques. Veía caminos que no llegaban a ningún destino. Veía montañas. Ríos. Veía un puente... ¿roto? Veía Gsufis, que desde el fondo del abismo subían y se encaramaban por un acantilado. Veía Basiliscos. Y oía una voz que reía, con estruendo: era Gwydion. Veía a sus padres adoptivos petrificados, y se despertó sudando y horrorizado. Gwydion el hechicero, había sido él. Estaba seguro.

Se levantó y se acordó de las palabras que le dijeron al abandonar la cueva. "Escucha tu corazón, él te guiará" . Y entonces supo que hacer. Se puso en camino, a paso veloz. Chistó a las amigables hadas del bosque, que, entre risas contenidas, batiendo sus alas y fueron abriéndole paso.

Y llegó al límite oscuro del reino, allí donde nunca se atrevió a traspasar la línea de lo desconocido. Mantícoras y Thestrales sobrevolaban al acantilado. Le estaban esperando. Y aulló en un grito poderoso, mezcla de rabia y desesperación. Se acercó y tragando saliva miró a Ornus. Y a Mornia. De nuevo a Ornus. De nuevo a Mornia. Ornus le dio el alto y le explicó las condiciones del reto. Debía responder a los dos acertijos y la respuesta...les salvaría o les hundiría en las profundidades para siempre.

Ornus habló:

  • Solo uno de los dos puede sobrevivir: ¿a quién eliges?

Mornia habló:

- Solo uno de los dos puede sobrevivir: ¿a quién eliges?

Estaba clara la intención de Gwydion al plantear el reto en el hechizo. Pensaba que todos eran tan egoístas como él. Daba por hecho que ante todo aquel que presenta la disyuntiva elegiría salvarse el mismo. De esa manera los guardianes de Aslan vivirian de piedra eternamente.

Y Tummus respondió, con la mano en el corazón, tan solo tres palabras:

  • A mí no.

Lo mismo a la pregunta de cada uno de sus padres. Aunque ellos eran ancianos prefería que salvaran su vida. Su experiencia sería muy útil para mantener el reino en paz.

Las criaturas malévolas surgieron de la profundidad del barranco. Tummus se temió lo peor. Le arrastrarían al fondo con ellos. Se despidió de sus padres con una sonrisa: la que solo aquellos que tienen el corazón noble son capaces de dibujar en un momento como ese.

Pero ellas pasaron de largo huyendo antes de quedar sepultadas. Huyeron, si, como cobardes ante el nuevo cataclismo, qué volvió a unir las dos partes del puente. Miles de rocas cayeron, y dos corazones de piedra y hielo tomaron su forma original. Corrió a abrazarlos.

  • Volvamos a casa
  • ¡Un momento! alguien grito a sus espaldas.

Allí estaba él. Poderoso, majestuoso, solemne, imponente. Aslan. El Rey.

  • Por el poder que me conceden los astros, desde ahora te llamarás Tummus Harán, que significa puro, de buen corazón y alma noble.

Disfrutaron la jornada festiva en el vergel en que se había convertido de nuevo el paisaje.Y los cuatro volvieron sobre sus pasos camino de vuelta a su hogar sin volver la vista atrás. Bueno un poco sí, justo en el momento en el que Gwydion lanzó poderoso grito de rabia, mientras poco a poco se fue convirtiendo en piedra, para no regresar jamás.

En la batalla entre el brujo y el fauno, había ganado la honradez, la nobleza y la fidelidad. Había ganado Tummus. Tummus Harán.

DEJA VU

Sonó el despertador a la hora de costumbre. Y a la hora de costumbre lo volví a apagar. Esos cinco minutitos hasta que suena de nuevo me saben tan bien. Pero pasan pronto. Así que a la segunda (o a veces la tercera), me incorporo. Me levanto como un zombi, literalmente. Al baño, a lavarme la cara. Salgo. Abro el armario y cojo el primer chándal que pillo. Las zapatillas. A la cocina. Caliento la leche en el microondas. Hago café (imposible reaccionar sin él). Como cualquier cosa. Me lavo los dientes y ¡lista!

Salgo por la puerta, me coloco los cascos con mi música favorita y ¡a correr!, literalmente. Saludo a "los de siempre". En general somos gente de costumbres y todos tenemos los hábitos cogidos: las dos señoras que van más de paseo que otra cosa, relajadas, charlando y riendo, el chaval de las zapatillas moradas, la chica de la coleta, el abuelete que ¡caramba! ya quisiera yo seguirle el ritmo...

Empiezo lenta para aclimatarme y voy progresivamente aumentando la velocidad. Rápido, más rápido, cada vez más rápido. Pero ¡qué extraño! Las piernas no me responden. Quiero parar y no puedo, quiero llegar y no llego, cada vez parece que me alejo más del final del camino, donde antes daba la vuelta. Y sigo, y sigo, y no llego nunca...hasta que suena el despertador.

¡Caramba, vaya pesadilla! Me despierto sudando, pero no de correr, sino del agobio. Respiro, y apago el despertador. Ya se sabe: cinco minutitos más. Me incorporo, me levanto al baño. Me visto. Bajo a desayunar. Me lavo los dientes. Salgo por la puerta, me coloco los cascos y comienzo con el ritmo suave para ir aumentándolo poco a poco. Saludo a Rosa y Mamen, un poco más adelante a Carlos. Avanzo y me encuentro con Vero y más allá me cruzo con Fermín. Sigo, y sigo...y sigo sin llegar... ¿otra pesadilla? Parece que sí. Esto parece un "deja vu". Si fuera americano diría que es el día de la marmota.

De nuevo el despertador. Lo apago ya de mala leche, y enciendo la tele. Puede que si intento variar la rutina...algo cambie...o no. Habrá que intentarlo. Entro al baño y bajo a la cocina sin vestir. Desayunaré primero, a ver qué pasa. Subo a vestirme. Nada de chándal. Sudadera y mallas. Los cascos, eso sí. La música me relaja, aunque modifico la lista de reproducción. Nada de Spotify.

Me dirijo al descampado. Evito el camino de siempre. Puede que sea eso: la monotonía estanca. Comienzo relajada, y aumento el ritmo....y llego a casa. Respiro. Ahora sí, parece que la pesadilla ha terminado. Me ducho y mientras lo hago escucho el sonido característico de los wathsapp entrantes. Y por primera vez en mucho tiempo, termino relajada, me seco tranquila, y no voy corriendo a ver quién es. Me dedico unos minutos a mí misma que me saben a gloria. Y luego sí, entonces sí, miro el móvil: número desconocido. El cursor verde parpadea. Desbloqueo y leo:

  • ¿de qué estás escapando?
  • De nada, ya de nada. Me contesto a mí misma. Ni de nadie; ni siquiera de mí.

LA EPIDEMIA SILENCIOSA

 Acabé de comer a las dos. En el menú teníamos berzas y tortilla francesa. Terminé pronto porque no me gustaba lo que había, y porque estaba impaciente. Esperaba que llegaran las cinco de la tarde. Hoy era el primer martes del mes y tocaba visita. Salí a pasear por el jardín mientras llegaba la hora. Gracias a Dios no me hacía falta ayuda para ello, todavía. Los cuidadores estaban atareados con los más rezagados, con los del nivel B y con aquellos que necesitaban que les sujetaran hasta la cuchara, e incluso hasta que les hicieran “el avioncito”, como a los niños. El avión que nunca aterrizaba, porque, por poner un ejemplo, Fermín era de los de cerrar el “aeropuerto” en cuanto veía llegar el misil. Nada. Otro intento. Aterrizaje frustrado y vuelta a empezar. En lugar de dar vueltas por el cielo de Madrid, daban vueltas por la mesa, hasta intentar llegar a su destino de nuevo.

Como sigamos así, Fermín, se va a acabar el combustible. 

Y Fermín, erre que erre. Nada: aeropuerto clausurado. Santo cielo, ¡cuánta paciencia tienen con nosotros!. Roberto sobre todo. Me recuerda tanto a mi Manuel… Y en un descuido, ¡zas! Aterrizaje de emergencia. ¡Conseguido!.

Las cinco menos diez.  Ya deben estar llegando. Tengo muchas ganas de verla, a ella y a los niños. Me iré acercando a la sala de visitas. Estoy nerviosa. Muy nerviosa. Llevo todo el mes retocando las palabras, tratando de que sean las adecuadas. Pongo, quito. Borro. Escribo. Vuelvo a borrar. Vuelvo a escribir. Parece que nunca estoy conforme, pero es que ¡es tan difícil! Tengo que encontrar el momento preciso para dársela. Pero no sé. No me atrevo. Me palpo el bolsillo para comprobar si está. Parece que sí. Me siento en mi rincón favorito. 

El reloj dio la hora. Cinco campanadas, y justo en ese instante se abrió la puerta. Las ví llegar y acercarse. Como siempre, lo primero, el beso seguido de nuestro “saludo especial”. ¡Qué cariñosas son las niñas! Madre mía, ¡qué suerte tengo! De forma atropellada mis nietas se interrumpían contándome sus logros escolares y méritos deportivos, sus amores, desamores…Y Julia esperaba pacientemente a que llegara su turno. Me habló de su trabajo, de sus proyectos, de…Y parece que la película pasó a cámara rápida, porque casi sin darnos cuenta, cuando fuera había oscurecido, el reloj volvió a dar la hora…de la despedida, momento que aproveché para deslizar el sobre en el bolsillo de su chaqueta.

Julia salió a la calle con la promesa de volver al mes siguiente. Metió la mano en el bolso para sacar las llaves del coche…pero no estaban. 

Mamá mira en el bolsillo de la chaqueta. Las dejaste ahí cuando te sonó el móvil justo después de aparcar.

Efectivamente, parece que están aquí. 

Al tratar de encontrarlas, palpó un sobre que sacó extrañada. Estaba segura que no había nada cuando cogió la prenda del armario por la mañana. Contenía un papel perfectamente doblado, escrito con una letra muy cuidadosa…que conocía a la perfección.

Querida hija:

Muchas gracias por venir a verme. Sé que no resulta fácil organizarse para conducir desde tan lejos con la cantidad de trabajo que tienes. Te agradezco igualmente que siempre me traigas a las niñas. Están realmente preciosas. Son mi mayor ilusión. Ellas me sacaron del profundo abismo en el que me sumergí cuando faltó tu padre, el amor de mi vida. 

Los médicos me dicen que estoy bien, pero estoy empezando a tener muchas lagunas de memoria. A veces hasta puedo nadar en ellas. Menos mal que aún puedo contener la respiración. Me han metido en una clase para “aprender a no olvidar”, ya ves, a mi edad yendo al “cole”. ¿Te acuerdas de cuando te llevaba a tu cole de la mano, que tú no querías? Claro, jugando en casa se está mejor. ¿Te acuerdas cómo le tomabas el pelo a papá? Le decías “cogi, cogi” y él te cogía. Yo le regañaba para que no te acostumbraras, pero él siempre me decía que cuando tuvieras 18 años ya no te llevaría en brazos…y que le gustaba hacerlo. 

En mi clase nos dicen que leamos, que hagamos pasatiempos, sopas de letras, palabras cruzadas, sudokus, crucigramas…Hay que ejercitar el cerebro para que no se atrofie. A veces me regañan porque dicen que no presto atención, pero es que me evado yo sola y cuando quiero volver de mi viaje imaginario, ya han explicado el siguiente ejercicio. Nos ponen ristras de nombres, para que asociemos con imágenes y las repitamos. Nos dicen que digamos en voz alta todo lo que vayamos haciendo (voy a comer, me levanto, voy al baño, etc, etc…), nos dicen que repasemos mentalmente el orden de las actividades diarias y las repitamos. Repetir, repetir y repetir…¡Cuantas veces te hice repetir yo los nombres de las etapas de la historia, o los Reyes Godos…! Nos dicen que en la partida de por la tarde, nada de apuntar en el papel. Que cada uno lleve su cuenta sumando y restando de memoria, y ¡¡no vale hacer trampas!, porque luego lo comprueban…En esto la Luisa es una campeona. La master de la trampucia. Se creerá que no la vemos. Vicente se enfada mucho con ella. Yo la dejo hacer, si con eso es feliz…

Yo no quiero acabar como Julián. Ya no conoce a nadie. Ni siquiera a su familia cuando vienen a verle. Incluso le enseñan las fotos del álbum familiar, pero no recuerda nada. ¡Qué triste!,¿no? Perder la esencia de quien has sido…Pero Roberto, el cuidador, le pone música. Le pone zarzuelas: Doña Francisquita, La Rosa del Azafrán, El Barberillo del Lavapiés, La Verbena de la Paloma, La Revoltosa…Le pone óperas: La Traviata, Tosca, La Flauta Mágica, La Boheme, Carmen, Rigoletto…Lo que a él más le gustaba…y aunque no se da cuenta…sonríe. En esos momentos ¡se le ve tan feliz! Igual que cuando el día de visita le traen a su bisnieta recién nacida. La acaricia y le dice ¡guapa, guapa!. No la conoce… pero sonríe. 

Tampoco quiero acabar como José. Él estaba casi terminal. Se pasaba las noches gritando, porque en los lapsos de consciencia, despertaba y no sabía dónde estaba, y se asustaba. Mucho. A él es al único que le permitían tener a Nebul, su perro fiel a los pies de su cama. No hay ninguna evidencia científica, pero José se tranquilizaba cuando acariciaba a Nebul. Terapia por contacto. Constantemente repetía, como una letanía, el nombre de su mujer, Elena. A sus hijas no las reconocía, pero a ella…a ella tampoco. Aunque algo en su subconsciente le hacía pronunciar su nombre. Y en las visitas le decía “te quiero mami”. A ella sí. Y no es que a sus hijas no las quisiera. Es que esta cruel enfermedad es así…de selectiva. La epidemia silenciosa, la llaman. Porque “te vas” sin dejar de estar, tu cuerpo y tu ser se han “desconectado”. Poco a poco. En silencio. Te preguntarás por qué de José hablo en pasado. Es que José ya no está. Nos dejó sin saber quién era, pero con una palabra en la boca: Elena, y una sonrisa en su rostro.

Yo todavía sé quién soy, y quien eres tú. Todavía conozco, reconozco, y reacciono. Y antes de que sea demasiado tarde quiero decirte que te quiero más que mi vida a la que ya le quedan pocos metros por recorrer. ¡Con la cantidad de deporte que hice yo en mis años mozos! Estamos tan poco acostumbrados a decirnos estas cosas. Dilas. Dilas mucho. Muchas veces. Antes de que sea demasiado tarde. Uy, creo que esto ya lo he dicho…¿ves? Otra pequeña laguna. 

Llegará un momento en que me olvide de ti, y me da miedo. Mucho miedo. Ahora vivo de recuerdos, y lágrimas, muchas. Tantas como para llenar un océano. Pero no se trata de lo que yo quiera. El avance es lento, pero inexorable. Y antes de que sea…si, demasiado tarde, de nuevo me repito, quiero decírtelo, para que conste por escrito. Porque te olvidaré. Lo sé. A ti, a las niñas, a mí misma. 

Pero dicen que las palabras se las lleva el viento. Por eso las escribo. Para que las leas tú por mí cuando vengas a verme. Pero léelas en voz alta, tal y como me han dicho en clase. Léelas y repítelas. Asócialas con mi imagen, y la tuya. Puede que así aunque yo te haya olvidado, viajen por algún sitio y se depositen en tu corazón, y en mi alma, o lo que quede de ella, que aunque no sepa quién es, seguro, seguro, seguro, que te sonreirá donde quiera que esté


EL TATUAJE DE SARAH

Se desvelaba todas las noches sudando, con la misma pesadilla. Reiterativa. Agónica. Miraba el despertador. La misma hora de siempre. Se miraba el brazo. Le dolía. El tatuaje crecía con cada despertar nocturno. Las manecillas marcaban una hora distinta en cada ocasión. Es como si el mover del minutero y del segundero le rascara la piel. Podía incluso oír el tic tac amenazante dentro de su cabeza. Sólo una vez cada cierto tiempo, el reloj marcaba las 12:27. En ese momento el tatuaje crecía. Cada vez que marcaba esa maldita hora. No solo su tamaño aumentaba. También su angustia.

Encendía la luz, y allí estaban, sus útiles de tatuaje ¡No es posible! Anoche los dejó recogidos. Ahora tienen incluso tinta derramada por la mesa. Sus diseños perfectamente desordenados. Había hecho un book para enseñar a los clientes. La pagaban bien. Muy bien. El realismo que los caracterizaba estaba muy cotizado. Por sus tonos. Sus colores. Su brillo. El libreto estaba encuadernado en espiral. Sólo un dibujo, inconcluso, destacaba entre los demás. El que sobresalía del canutillo. El suyo. Es como si sonámbula diseñara lo que se tatuaría esa noche, estando ¿dormida? Incomprensible. Pero estaba en blanco y negro. ¡Qué raro! Juraría que…

Recordó el último libro que se había leído: "Un monstruo viene a verme". Aún lo tenía en la mesilla. Conor despertaba todas las noches a las 12:07. Igual que ella. Con pesadillas. Sería eso. Sería sugestión provocada por su lectura. Por si acaso, se asomaba a la ventana, y debajo de la cama a ver si aparecía algún monstruo. Todo en orden ¿o no? Conor soñaba con que la vieja iglesia cerca de su casa se derrumbaba y caía en un agujero, donde alguien más estaba en peligro de caer en picado y trataba de aferrarse los bordes. Pero caían igual.

Sarah soñaba siempre con el mar. La absorbía hacía dentro. Caminaba sobre las aguas, de noche. Se internaba hipnóticamente, atraída por el poderoso influjo de la luna llena. Y no salía. Nunca. Mar adentro.

Aquella noche fue diferente. Las 12:27 de nuevo. Pero algo había cambiado. El círculo de la esfera del reloj de su tatoo se había cerrado. En el centro, allí donde se sujetaban las manecillas, un ojo brillaba por las lágrimas que pugnaban por salir y no podían. De puro dolor. O de tristeza. Deseaban escapar de allí. Quizá fuera el momento. Ahora entendía por qué le habían recomendado esa lectura. Había que pasar página. No era fácil: sólo había que decir…la verdad. Su verdad. En voz alta. ¡Vamos! Conor pudo. Sarah, ¡tú puedes! Recuerda: tu verdad.

Le parecía en ese momento estar oyendo al Tejo, el árbol-monstruo parlante de la historia del libro, que saltaba de sus páginas para darle el empujoncito que necesitaba, no para caer al agujero, sino para salir de él.

  • Mi verdad…susurró ella. Soy estúpida. Lo siento. Yo no quería matarte. Pero voy a hacerlo.

Certificado de defunción. Hora del fallecimiento: las 12:27. La hora exacta del naufragio que se tragó mar adentro su melancolía y su tristeza.

Las 12:27, momento en que Sarah decidió dejar de autocompadecerse y volver a ser la que era antes de…da igual. Antes, sin más.

Se recostó sobre su almohada y se durmió plácidamente. El sueño cambió. Ya no era la pesadilla de siempre. Soñó con…se vio a ella misma, riendo, alegre, desordenadamente y sin motivo, a carcajada limpia. Y ya se sabe, lo contagiosa que puede ser la risa. Soñó con cientos de personas en los balcones, aplaudiendo, alegres. Soñó con el fin de…soñó, soñó y soñó tanto y tan intenso que su propia risa la despertó, no angustiada, sino con un entusiasmo desbordante.

Se levantó y miró el despertador. Las 12:27. Por supuesto. Tropezó con… ¿una rama? Se levantó a cerrar la ventana…No hacía falta. El pestillo estaba echado. Se miró el brazo, por instinto. Ya no le dolía. El dibujo estaba en su sitio, en la última página. Había recuperado el color… ¿Es posible que el Tejo supiera utilizar sus rotuladores de tinta? Allí estaban, sobre la mesa. Perfectamente alineados.

SEMPER FIDELIS

Caminaba con paso decidido por la avenida principal con el macuto a cuestas, que contenía todas sus pertenencias. Trataba de localizar la dirección que llevaba escrita en el papel.

Metro ochenta de carácter indomable. Ojos azules como el mar, o como el hielo, depende desde donde se mire. Rubio nórdico, cortado a cepillo por los laterales, aunque por poco tiempo. Un auténtico marine americano no debe preocuparse por su aspecto. Cabezas rapadas para todos. Un elemento menos de distracción. Todos iguales. Nariz aguileña. Pómulos marcados. Labios gruesos y dentadura casi perfecta.

Jersey de punto ceñido, ajustado, muy ajustado, con una talla menos dejando entrever un cuerpo fibroso, musculoso y trabajado a golpe de gimnasio y muchas horas de entrenamiento. Pantalón estrecho, ajustado en los tobillos, dejando ver las deportivas Tommy Hilfiger último modelo.

En el tablón de anuncios del centro de instrucción estaban pinchados en un corcho varios papelitos con los datos de los alojamientos disponibles cercanos a la base naval. Seleccionó dos. Ya había visitado el primero, que descartó de inmediato. Una cosa es que fuera un marine, y otra vivir en un cuchitril como aquel. Fue derecho a por el segundo, cruzando los dedos, eso sí, ya que no le gustaba perder el tiempo y deseaba establecerse cuanto antes. Había llamado y le recibirían esa misma mañana.

Parecía que había llegado al portal que indicaba, al menos eso esperaba él, su alojamiento definitivo. Subió por las escaleras hasta el tercer piso, y llamó al timbre. Unos segundos de espera, y la puerta se abrió.

  • Bjorn Erickson, supongo.

  • Así es. Llamé esta mañana.

Antes de franquear el paso, le miró de arriba abajo, haciéndole un examen, instantáneo pero exhaustivo que traspasó hasta su interior, como si le estuviera radiografiando.

Y sin decir nada más le dejó pasar hasta el recibidor.

Tras enseñarle la estancia, puntualizar las normas comunitarias y acordar la mensualidad, firmaron el contrato.

Curioso personaje esta Lucie. Antipática hasta decir basta. Eso sí, tiene un puntito sexy aun a pesar de su aspecto desaliñado.

Y con Lucie en el pensamiento comenzó a deshacer su petate. Sacó primero el uniforme nuevo que acababa de recoger esa misma mañana y que había dejado en la parte superior del saco. No quería que se arrugara. Lo plancharía, no obstante.

Al día siguiente se dirigió a la base muy temprano. No convenía llegar tarde, salvo que quisieras hacer las delicias del "torturador", el capitán encargado de la segunda fase de la instrucción. Tocaban técnicas y tácticas de guerra.

La primera fase, el entrenamiento básico, a menudo denominado "campamento de entrenamiento", prepara a los reclutas para todos los elementos de servicio: física, mental y emocionalmente. Gran parte de la resistencia mental pasa por saber funcionar bajo condiciones adversas. Les brinda las herramientas básicas necesarias para desempeñar las funciones que se les asignan durante el transcurso de su período de servicio. Este entrenamiento es un proceso mental y físico intenso que forma a los reclutas con los principales valores del Cuerpo de Marines: honor, valor y compromiso. Importantísimo pasar esta fase de la instrucción para poder soportar la segunda que acababa de comenzar.

El capitán Hawkins era muy estricto tanto en ese aspecto como en otros tantos. Le odiaba profundamente, sobre todo desde el día de la prueba de inmersión. Era el último en hacer el examen y el depósito de oxígeno estaba con el nivel justito. Muy justito. Y lo sabía. Él lo sabía. Y a pesar de todo, le hizo repetir el circuito, ya que según él no había tocado el fondo al recoger el cebo. Pero sí lo había hecho. Salió en el último segundo del tiempo permitido y respiró hasta perder el conocimiento. La repetición la tuvo que hacer a pleno pulmón, ya que el indicador de nivel estaba en la línea roja. Y aunque le cueste reconocerlo, tenía miedo, palabra totalmente prohibida, pero él tenía miedo de ahogarse. Todo un marine de los EEUU con miedo al agua. Por eso estaba ahí. Para superarlo, pero no de esa forma…

Cuando recobró el sentido, hizo acopio de fuerzas y se enfrentó a él. Y eso el capitán no se lo ha perdonado. Nunca. Y Bjorn a él tampoco. Un mes sin permisos, que le impidieron ver a sus padres antes de embarcarse en el siguiente destino, que era la fase final antes de licenciarse y que le mantendrían alejado más de seis meses. Juró el capitán hacerle la vida imposible, y a fe que lo intentó en todas las ocasiones que se le han presentado desde entonces.

Y así pasó el primer mes de la segunda fase de instrucción antes de partir al siguiente destino. La USMC había participado activamente en las dos Guerras Mundiales, e incluso en la Guerra de la Independencia Americana, amén de muchos otros conflictos, como la Guerra de Vietnam, Corea o la invasión de Irak, desde 1775 en que se fundó. Esta vez la misión era humanitaria. Menos riesgo, pero más miseria.

A la mañana siguiente Bjorn se presentó en la base, con el uniforme pulcro, limpio y sin una sola arruga. Justito. Ya se sabe. Una talla menos. Al menos eso le habían dejado elegirla. No le gustaban las mangas largas. Las odiaba.

Embarcaron rumbo a Haití, a repartir ayuda humanitaria tras el desastre del terremoto que segó la vida de más de 200.000 personas. Porque los marines no solo estaban para la lucha armada. Son hombres de honor, y ¡qué mejor motivo que ese para demostrarlo!

Llevaban ya apenas una hora de viaje rumbo a Puerto Príncipe y para variar, le tocaba guardia. Bjorn estaba convencido de que su "amigo" Hawkins lo hacía a propósito. El mar estaba embravecido y el capitán sabía de su miedo al agua. Se la tenía jurada. Siempre le ponía los peores turnos. Partieron de noche para estar antes del amanecer en su destino. Y él llegaría sin dormir…lo cual le permitió soñar despierto con Lucie, a la que después de un mes de conocerla, había pasado de odiar a tenerla presente en sus sueños. En muchos. En casi todos. El mes de instrucción le había ido tomando el pulso. Tras su mal comienzo, ahora sin saber por qué, la deseaba. La veía cada día al salir al entrenamiento. Ella estaba adecentando las escaleras. Siempre a la misma hora. Los primeros días ni le saludaba. Pero la semana anterior a su partida, ella le sonrió cuando él recogió del suelo la pinza que le sujetaba el moño, y que se la había caído al suelo, dejando al aire su rojiza melena. La noche que ella subió a cobrar el mes pasó lo inevitable. Ya se sabe. Los polos opuestos se atraen. El día justo antes de la partida. Tenía la memoria demasiado fresca…

A punto de llegar estaban cuando en una de las rondas oyó gritos por el lado de babor, que le sacaron de su ensoñación. El estúpido de Watson, su compañero de retreta, había caído al agua tratando de mantener el equilibrio, ya que las olas sobrepasaban los tres metros. No se lo pensó dos veces: se quitó las pesadas botas y saltó en su busca sin protección alguna. No había gritos. Watson aparecía y desaparecía golpeado por la fuerza y el envite de las gigantescas olas que le empujaban como un muñeco de trapo contra el casco. Imposible siquiera pedir auxilio. Desde arriba alguien le tiró un salvavidas y una soga, y ya con el cuerpo de Watson sujeto, pasando la cuerda entre sus piernas y las de él, improvisó un amarre. Dio el tirón y desde arriba les fueron subiendo a ambos poco a poco. A salvo. Por los pelos. Un poco más y le tiene que rescatar a él.

En ese momento pasó toda su vida por delante. Casi no lo cuenta. Al final la dichosa prueba de inmersión había servido para algo más que para obtener la puntuación necesaria para la licencia. Mira por dónde hasta iba a tener que dar las gracias a Hawkins. Su insistencia en hacerle la vida imposible había tenido una consecuencia imprevisible: la determinación de no rendirse jamás.

Tras recobrar el aliento, y una vez en el interior con ropa seca, fue llamado al despacho del capitán. Llamó y esperó la respuesta:

Tras el saludo pertinente Hawkins se ajustó las gafas y le miró condescendiente. Apartó el libro que estaba leyendo, "Los Centauros", de Ricardo León y se dirigió a él en tono cordial:

Sacó del cajón una caja que contenía una insignia amarilla y roja. La prendió en la pechera del cabo Erickson, que desde ese momento pasó a ser Sargento Mayor.

Y Bjorn se retiró haciendo el saludo oficial y tarareando de forma inconsciente…

From the Halls of Moctezuma
To the shores of Tripoli;
We fight our country's battles
 In the air, on land, and sea;
 First to fight for right and freedom
 And to keep our honor clean...

…el himno que marcaría desde entonces el resto de su vida, el himno de los marines de los EEUU: Semper Fidelis, Siempre Fiel.


CAMPO DE BATALLA


La batalla comenzó con un fuego cruzado de reproches. Ira contenida durante tanto tiempo fue envenenando, letal, una situación que comenzó con un simple desacuerdo, y terminó sacando todos los trapos sucios, el rencor, el desprecio, el insulto, el silencio, la distancia, el orgullo, la soberbia, la envidia, la incomprensión, el egoísmo, la intolerancia, la falta de empatía …todas ellas armas más poderosas que cualquier bala. Y más mortales, mortales de necesidad. Dolorosas, sangrantes, poderosas, venenosas. Palabras que hieren, palabras que golpean, palabras que duelen, palabras que apuñalan, palabras que matan…

Ella se puso en medio y miró a ambos lados. Nadie estaba dispuesto a reconocer la derrota a pesar de las evidencias. El desastre fue descomunal. Heridos y muertos de ambos bandos sembraban el campo de batalla. Se puede decir que ninguna estrategia fue la adecuada. Todos habían sufrido terribles pérdidas.

Aún a pesar de todo, la mediadora avanzaba haciéndose paso entre los cuerpos, algunos todavía con un hálito de vida , mezclados con los cadáveres. Impasible. Seria. Atrevida. Sin bandera blanca, aún a riesgo de caer ella también y mezclarse con los despojos de la contienda en un amasijo pestilente imposible de deshacer.

Cada poco se agachaba y escuchaba los lamentos de los caídos en la refriega, de un lado y de otro y sentía el latir de su corazón, aún caliente. Algunos no respiraban. Para otros había esperanza.

Nadie la había llamado, pero ella había acudido para tratar de que aquella batalla no desembocara en una guerra de cruento final, imposible de retroceder, ni en el tiempo, ni en la memoria de los contendientes. Ya se sabe lo poderosa que es la arrogancia cuando ninguno quiere dar marcha atrás.

Probablemente si antes de bajar el brazo, para dar la orden de disparar con la lengua cada uno hubiera tratado de comprender los motivos del otro, se darían cuenta de que en esta batalla no se trata de ganar o perder.

Finalmente, no llegó a hablar. Se dio la vuelta sin interceder por nadie. No por cobardía, sino por el convencimiento de que la situación sólo se haría reversible cuando cada uno valorara con conciencia propia lo que estaba en juego, y cuando cada uno decidiera si lo que quería era enterrar las amistades perdidas o enterrar sus propias palabras malditas y dejar que la tierra se tragara su orgullo.



MILENA

Hace días que no puedo dormir. Milena no para de llorar, y yo ya no sé cómo consolarla. Perdió el chupete en la última carrera que nos dimos. Yo la sujeté fuerte contra mi pecho, tratando de huir a la desesperada. Mamá viene detrás, tratando de recoger los pocos efectos personales que podemos llevarnos con nosotros. Papá está luchando con la “Resistencia”. El espacio en nuestro destino está limitado a una parcela de tres metros cuadrados por familia, da igual el número de miembros que la compongan. Cada vez son menos los lugares donde podemos guarecernos y mantenernos a salvo. 

A lo lejos se mezclan las indicaciones del plan de evacuación con el ruido de las bombas y las sirenas que indican que se acerca, de nuevo, el enemigo. Como siempre, la “música” comienza tímidamente primero, para luego ir subiendo la intensidad de las notas, que van progresivamente “in crescendo” y dejando tras de sí un reguero de ruido ensordecedor, gritos, sangre, muerte, destrucción y desolación. Mucha desolación. 

En ocasiones los ataques duran pocas horas. Ataques relámpago para pillar a cuanta más población desprevenida mejor. El arte de hacer daño porque sí. Otras veces vienen, siembran el pánico deteniéndose minuciosamente y atacando las centrales eléctricas, centros de almacenamiento de suministros, escuelas o cualquier otro edificio significativo, para dar allí donde más duele y así minar la moral de la población forzándola a suplicar la rendición, una rendición que nunca llega. Hay que proteger el último vestigio de identidad de un pueblo próximo a desaparecer, que se resiste ferozmente a que le borren del mapa. O eso dice mi padre.

Hace mucho que no le vemos. Aunque tampoco puedo deciros cuánto. El tiempo en nuestro escondite pasa muy lento. Yo a veces me entretengo leyendo los envoltorios de los periódicos con los que separan las porciones de las escasas raciones que nos entregan de vez en cuando. El de hoy me ha traído muchos recuerdos:

“Дон Хасінто Бенавенте, лауреат Нобелівської премії з літератури, деякий час цирковий бізнесмен...”
“Don Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura, y durante algún tiempo empresario de circo...”


El circo…Nuestra familia curiosamente siempre ha sido funambulista. Desde bien pequeño siempre me ha gustado la cuerda floja y el alambre. El último número no nos ha dado tiempo a ensayarlo del todo. Papá y mamá atados sobre una gran sábana enrollada en sus cuerpos y yo haciendo equilibrio sobre un pequeño trapecio colgando de sus dientes. Triple voltereta mortal hacia atrás y su mano fuerte me sujeta. A continuación, me balanceo y cojo impulso para aterrizar en un monociclo apoyado en la plataforma. Me tapo los ojos con una venda. Redoble de tambor e inicio el desplazamiento a través de la fina línea que separa ambos extremos del escenario. Esta es la parte que más me gusta. No puedo ver al público, pero puedo sentir el contener de su respiración, su aliento, percibo su miedo, su angustia. La misma que ahora a mí me atenaza. Ahora todo parece estar en la cuerda floja. Curioso, ¿no? No sé cuánto podremos resistir. 

 Las provisiones llegan con cuentagotas, eso sí, cuando los que mandan al otro lado de la frontera, deciden no cortar el pasillo humanitario. Nuestros ángeles de la guarda, que también arriesgan su vida para hacernos entrega de los productos básicos de comida, abrigo e higiene, en ocasiones nos van manteniendo informados sobre el avance de las tropas y la resistencia de los nuestros. Hoy han venido con el rostro demudado por el horror y el espanto. La violencia de los ataques impide recoger los cadáveres de los combatientes que intentan resistir la ofensiva. Seguimos sin noticias de papá. Ojalá esté bien. Todavía tenemos que ensayar el último número. ¡Le echo tanto de menos!

Parece que han atacado un hospital cercano. ¡Malditos bastardos! Yo sigo apretando a Milena contra mi pecho. El latido de mi corazón la calma. La canto nanas y la susurro al oído que todo va a salir bien. Menos mal que es tan pequeña que no se entera del horror que estamos viviendo. Ella solo piensa en comer y dormir. Mejor así.

De pronto las sirenas, de nuevo. Un impasible silencio, dentro del teatro que nos sirve de refugio Fuera es aún peor. La tensa calma que precede a la tempestad. 

En un segundo, todo cambió. Todo saltó por los aires. La gente comenzó a gritar. Todo estaba lleno de polvo. Cuerpos ensangrentados y partes de cuerpos desmembrados, como piernas y manos, entre los escombros del edificio devastado. Parece que los artefactos explosivos han perforado el techo del teatro. Cuando la munición se detonó, destruyó los muros interiores y exteriores y el tejado se derrumbó por falta de apoyo atrapando a los que tenían su parcela de tres metros en el último piso, el de los palcos. El nuestro.

No recuerdo nada más. Confusión y dolor, mucho dolor. La fuerza de la explosión me ha desplazado varios metros y me ha cubierto de bloques inmensos de hormigón. Debo de llevar varias horas en posición fetal, tratando de proteger a Milena. Quizá perdí el conocimiento. Su llanto me despertó. Tuve suerte. Como no soy muy grande puedo encogerme en un hueco minúsculo, en una pequeña cámara de aire de escaso espacio para ambos. 

Entre los escombros veo un brazo. Intento alcanzarlo, pero tiene el cuerpo entero cubierto de ladrillos. Yo tampoco puedo moverme. Estiro mis dedos, pero no llego a tocarlo. Una voz me suplica que recordemos su nombre, porque presiente que va a morir. 

- No te preocupes seguro que enseguida llegará la ayuda. 


Intento que me cuente cosas para mantenerla despierta. Pero su voz cada vez se hace menos perceptible. Tan solo la escucho decir: 

- Iryna, me llamo Iryna. No lo olvides. 

Y a continuación un devastador silencio, tan solo roto por las sirenas. 

Milena tiene hambre, pero no puedo ofrecerle nada más que la chocolatina que me metí en el bolsillo. A duras penas consigo alcanzarla. Le quito el envoltorio y se la doy para que la vaya chupando poco a poco. 

Parece que a lo lejos oigo helicópteros. No son aviones, a esos los tengo bien calados de tanto escucharlos. Son helicópteros de rescate. Y otra vez el silencio. El área de la devastación es tan grande que seguro que no saben por dónde empezar a buscar supervivientes. Pero tengo que ingeniar algo para que se den cuenta de que estoy aquí. 

- ¡Socorro, ayuda! 


Grito insistentemente hasta que pierdo la voz. Milena llora. Sus llantos se entremezclan con el ruido exterior y con mis propias lágrimas que se escapan ya sin que nada las retenga.

- Yuri me llamo Yuri. 


Lo digo en alto sabiendo que nadie me escucha, igual que Irina porque presiento que voy a morir. 

 A lo lejos, muy a lo lejos, oigo perros. ¿Puede ser? ¿o acaso estoy soñando? A lo mejor ya estoy muerto. Los ladridos se acercan. Milena tiene miedo y llora desconsolada.

Y aparecen unos cascos azules que consigo ver desde dentro. No recuerdo nada más que a mí mismo extendiendo los brazos acercando a Milena al agujero para que fuera rescatada la primera. Y oscuridad, primero, y una luz cegadora después. Creo que estoy viajando al más allá, hasta que un beeb, beep rítmico y cadencioso me despierta de mi letargo.

- ¡Menos mal, hijo! Creí que te perdía a ti también.
- ¿También? ¿Y Milena? ¿Dónde está?

- Tu hermana está sana y salva, gracias a ti, parece. Papá no ha tenido tanta suerte. Luchó hasta su último aliento. Cayó defendiendo el ataque del hospital, poco antes de que las bombas asolaran el teatro de Mariupol.

Entonces me di cuenta de que él era uno de esos cuerpos que nos dijeron los de la ONG que no habían podido ser recogidos por la violencia de los ataques y lloré amargamente. Jamás volvería a jugar con nosotros, jamás nos reuniríamos al pie de la chimenea a escuchar sus historias y sus consejos, jamás nos sonreiría ni nos daría un beso, jamás terminaríamos nuestro número. Eché mano al bolsillo del pantalón y allí estaba el recorte de periódico de Jacinto Benavente y el circo. Jamás…o quizá sí. Él nos enseñó a luchar por nuestros sueños. Cuando Milena crezca, ella hará mi papel y yo agarraré fuerte a mamá. Entre los dos la lanzaremos al monociclo y ella atravesará la fina línea que separa los dos extremos del escenario, y dominará la cuerda floja, porque tal y como dijo papá, no hay que temer a caer al vacío, salvo al que se provoca uno mismo, cuando se rinde.

CASCABEL Y EVERGREEN


Les habían dado libertad para hacer lo que quisieran. Habían trabajado mucho y se merecían un descanso. Lo tenían todo preparado, así que ahora se les presentaban unos días por delante de relativo sosiego antes de volver a retomar sus ocupaciones. Se aproximaba la temporada alta.

Cascabel era el más travieso del grupo, y el más bromista. Todos los días desayunaba alubias saltarinas. Eran deliciosas. Se tomaba su trabajo muy en serio, pero a la vez tenía un gran sentido del humor, que no siempre era entendido por sus compañeros. Su cometido era convencer a Evergreen a acompañarle en su siguiente misión, aunque, como dice la película, le parecía Misión Imposible. Pero lo necesitaba. Aunque le doliera reconocerlo, lo necesitaba. Él no entendía de cuestiones informáticas ni de nuevas tecnologías. Simplemente le parecía que era para las nuevas generaciones. A él a su edad le costaba sobremanera hacerse con sus misterios. En apariencia era joven, como todos los de su especie, pero llevaba muchos, muchos años al pie del cañón, tratando de cumplir los deseos más especiales, de sus clientes más especiales. Pero ese jovencito cascarrabias , Evergreen, que seguro que desayunaba aburridas gachas con avena, era un hábil experto en mapas de bits, esquemas incomprensibles, lenguaje técnico, conexiones remotas, y no sabía cuántas cosas más. Acababa de hacer un cursillo especializado de Ciberdelincuencia, para tratar de evitar intrusismos en sus redes que quisieran recopilar datos prohibidos. En su trabajo, las fichas de filiación, identidades y direcciones eran de alto secreto.

Pero tenía un plan, y estaba dispuesto a llevarlo a cabo. Después de leer los últimos encargos recibidos en la fábrica, tenía claro lo que quería hacer. Lo que no sabía era cómo.

Se armó de valor y se dirigió a Evergreen no sin cierto temor. Le expuso su idea, y la reacción de su compañero no se hizo esperar:

Cascabel le extendió un papel arrugado que sacó de su bolsillo y se lo dio a leer sin decir ninguna palabra y conteniendo la respiración. La cara de Evergreen fue cambiando de color y de expresión según iba avanzando la lectura de las líneas manuscritas.

Cascabel sacó de su bandolera un montoncito de papeles de similares características al anterior y se las tendió. Evergreen las fue leyendo y pasando las hojas cada vez con más tristeza. Diría que incluso alguna lagrimita se le escapó, aunque trató de disimularlo para no perder su reputación de hombre duro.

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Encendió la tele como por arte reflejo, pulsando todos los botones del mando a distancia sin prestar atención real a lo que las imágenes de los distintos canales le mostraban: Guerra Ucrania-Rusia, Israel bombardea Gaza, los efectos de la pandemia, 17 heridos graves en un choque de trenes en Italia, viajes a Canarias…en patera, la isla italiana de Lampedusa desbordada por la llegada de inmigrantes, política nacional, política internacional, iguales ambas: cada uno luchando por sus intereses, y no por los que les llevaron a ser elegidos, subida del Euribor y de las hipotecas, desalojos y desahucios, miseria y más miseria. No tenía el cuerpo ni la mente para más desgracias. Bastante le parecía que eran las suyas, sobre todo desde que ella faltaba. Aunque bien mirado, la desesperación de las imágenes y las personas que salían en las noticias tratando de desenterrar a sus familiares en los escombros, o envueltos en mantas tras ser rescatados, parecía superar con mucho los límites de lo soportable humanamente. Siempre hay alguien peor que tú, pensó. Aunque de momento no le servía de consuelo.

Intentó conectarse con Netflix para tratar de evadirse con alguna serie tonta alguna comedia, quizá que no le hiciera pensar, pero apareció un mensaje en su monitor: "no hay señal o la señal es débil", lo intentó con HBO con idéntico resultado, nada, nada interesante que ver, como siempre. Al ir a apagar, otro mensaje: "actualice y reinicie". ¡Vaya por dios, cada vez que se actualiza luego acaba dando problemas! Como tenía conectado el ordenador a la TV, intentó pasar al conector HDMI3 y apareció la pantalla azul de Windows: " Your PC ran into a problem and needs to restart. We're just collecting some error info, and then we'll restart for you". 0% completed. 2% completed…

Parece que ese no era su día. Dejó que la barra completara el 100% antes de reiniciarse solo el ordenador. Se apagó y al volver a encenderse se mostró en el monitor una imagen diferente a la de inicio a la que estaba acostumbrado. La actualización, pensó. La imagen iba acompañada de una música de cascabeles.

Cuando ya pudo intentar apagarlo con seguridad, escuchó un ruido extraño. ¡Vaya!, se ha cascado definitivamente.

Y otra vez los cascabeles. Miguel cambió de canal, y lo que inicialmente parecía una imagen difusa se fue aclarando. Entre la niebla y los puntitos tomó forma la imagen de un duendecillo muy gracioso.

"Querido Santa Claus. Me llamo Jaime, y mi papá se llama Miguel. El otro día echamos la carta en el buzón del centro comercial, pero quiero que la rompas: la eché delante de papá para disimular, pero realmente no quiero juguetes. Este año le veo muy triste y yo solo quiero que sea feliz. Desde que falta mamá no es el mismo. Intenta ser a la vez mi padre y mi madre y mi amigo, pero no se da cuenta de que con que sea solo mi padre a mí ya me basta. Solo tengo siete años, pero tonto no soy. Intenta llenar mi tiempo con mil actividades para que no piense, pero a lo mejor el que no tiene que pensar es él. Mamá ya no va a volver. Yo solo necesito un saco de abrazos para dárselos a él. Y que sepa que un abrazo es la mejor medicina para muchos dolores, sobre todo los del alma, y además no necesita receta, y además, son gratis. También es la única cosa en el mundo que cuanto más apretado sea más alivio da. Y el necesita aliviar sus penas. Quiero darle un abrazo tan grande que se reinicie, a ver si así vuelve a ser el de antes, o si después del reinicio viene con una mejora y vuelve a sonreír"

Miguel se echó a llorar desconsolado.

El timbre interrumpió la conversación, miró el reloj y se dio cuenta de que era la hora acordada para que Jaime volviera a casa. Abrió la puerta y sin dejarle tiempo al niño a contarle la emocionante aventura que había vivido en el cumpleaños se fundió con él en un largo , sentido y cálido abrazo. Y empezó a reír sin parar.

En la tele había desaparecido la niebla, y en su lugar estaba el salvapantallas de Windows, mostrando la imagen de los elfos de Papa Noel. Le pareció que uno de ellos le guiñaba un ojo y le decía adiós con la mano, al ritmo de los cascabeles.


PERSEIDAS, O LA BUENA ESTRELLA

Como cada año a mediados de agosto me senté a esperarlas. Emoción y nervios a partes iguales. La noche estaba clara. Perfecta. Había luna nueva, En la oscuridad se ven mucho mejor. Me acomodé y me dispuse a comenzar el ritual. Mientras llegaba el momento traté de reconocer aquellas que papá me había enseñado. Sirio, la estrella más brillante, Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al sol. El carro de La Osa mayor y su hermana pequeña, la Osa Menor…y su favorita, Casiopea, aun a pesar de su "pecado".

Cuenta la leyenda que tanto ella como su hija Andrómeda eran muy bellas…y ellas lo sabían. Orgullosas afirmaron que eran más bellas incluso que las Nereidas, las ninfas del mar. Ofendidas estas, se quejaron ante Poseidón, su protector y dios de los mares. Iracundo, Poseidón agitó las aguas con su tridente, inundando la costa y llamando a Cetus, el monstruo de las profundidades, que acudió en su ayuda. La salvación pasaba por el sacrificio de Andrómeda, que fue encadenada a una roca. Perseo, enamorado de ella, acudió en su ayuda y convirtió al monstruo en coral, liberándola a ella. No queriendo Poseidón dejar a Casiopea sin castigo, la situó en los cielos atada a una silla en una posición tal que, al rotar la bóveda celeste, queda cabeza abajo la mitad del tiempo.

Y tratando de localizar la silla invertida, llegaron ellas… las perseidas. Aparecieron primero tímidamente, como pidiendo permiso, para después descargar en tromba una lluvia de deseos. Dicen que cuando ves una estrella fugaz, hay que cerrar los ojos y pedir un deseo. Y que si cuando los abres todavía sigue ahí, éste se cumple. Se trata de abrir la mente a la magia en el universo, y a la posibilidad de que los sueños se conviertan en realidad…  

-  Deseo, deseo deseo ...Pero si lo digo no se cumple… ¿o sí?

Ahora no es agosto. No hay perseidas, ni estrellas fugaces. Llueve. Mucho. El día está desangelado y plomizo. Pero a mí no me importa. Cualquier día es bueno para soñar despierta. He dado nombre a cada estrella. Cada una representa alguna de las personas a las que ya no puedo ver, porque "se fueron" o con las que no puedo estar, porque la distancia impuesta nos separa. Personas a las que quiero. Personas a las que admiro. Y tú eres una de ellas, mi buena Estrella.

Esta noche las estrellas no se verán. Pero sé que están ahí, detrás de las nubes y del cielo gris, y aun así voy a pedir un deseo…o varios.

Deseo verte. Te echo de menos. Mucho. Deseo que esto acabe. Pronto. Muy pronto. Deseo abrazarte, a menos de metro y medio, Deseo reír contigo, llorar contigo. Deseo que me cuentes cómo estás, y cómo te sientes. En persona, no a través del móvil. Deseo decirte cuanto te quiero, porque pocas veces lo hice. Deseo tu fuerza de voluntad y tu coraje. Deseo tu ilusión y tu alegría, a veces desbordante. Deseo contagiarme de tu espíritu aventurero, y de tus ganas de emprender mil proyectos. Deseo seguir viviendo mi vida, si tú está en ella. Deseo…

No deseo convertirme en coral. Deseo, mi buena Estrella, que tus deseos también se cumplan.


CUENTA UNA LEYENDA

Cuenta una leyenda,
quinientos años atrás,
que doña Juana de Castilla
otorgó a Galapagar
el gran título de Villa.


Parada obligada
de la Corte Real,
al constituir Felipe II
en Madrid la capital.


Estaba a medio camino
para las obras visitar
del panteón funerario
en el Monasterio del Escorial.


Puentes, caminos y lonjas,
bosque real de caza,
vallas y casas de postas
para poder descansar
los caballos de su Majestad.


Mucho trasiego veo
por el Camino Real,
porteadores y pedigüeños
buscando su oportunidad.

Cruzan el Puente del Herreño,

cruzan el de Retamar,

atraviesan el de Alcanzorla

¡Quién sabe dónde irán!


Agricultores y labradores

ganándose el sustento,

cultivando trigo y centeno,
hortalizas y frutales,
vides, parras, olivos y morales.

Y arribaron los franceses,

con su invasión e Independencia,
desde la torre de la Iglesia,
apostados a vigilar,
hostigaron nuestras fuerzas.
¡Fuera franceses de Galapagar!


Y llegó el ferrocarril,
allá por el siglo XIX,
a traer prosperidad,
el gran gigante de hierro
a los vecinos de Galapagar.


Prendado de nuestra villa,
a un caserón fue a parar,
el gran poeta y novelista,
Don Ricardo León y Román.

Las Quimeras de la Vida,
original fantasía oriental

y El Amor de los Amores,
prosa musical modernista,

son sus obras más notables

que no debes perder de vista.

Y es que según dijo el autor,

académico ilustre e insigne

"Los libros me enseñaron a pensar
y el pensamiento me hizo libre"


SIRIO

"A Lucía, porque tu luz es la más brillante. A todas las personas con discapacidad, a sus familiares y amigos y a todos los que nos hacen la vida un poco más fácil. Lucía tiene Síndrome de Down. Es la mejor persona que conozco, y la que me ha hecho más feliz.

A todas las personas que la vida les ha puesto algún obstáculo de más. Y a todos los que no ayudan a retirar esos obstáculos" (Discurso finalista Premio Planeta 2016-Marcos Chicot).

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Aquella tarde había visita. Por fin salían del laboratorio para hacer algo emocionante. Les dijeron que tenían que entrar por parejas, de forma ordenada, dadas las manos, sin separase y sin alborotar. Se esperaba de ellos un comportamiento ejemplar. Eran muchos y causar buena impresión era importante. Muy importante. Estaba en juego la continuidad del proyecto, la subvención y tal vez que les fueran dejando poco a poco algo más de libertad. Hasta ahora habían demostrado que, en teoría, eran capaces de entrar a formar parte de grandes programas de investigación. Faltaba la parte práctica. La más difícil. Pero había llegado el momento de divertirse.

No sabían si echar a piedra, papel o tijera, a cara o cruz, o de qué manera agruparse. Los demás lo echaron a suertes y así se fueron decidiendo las parejas. Pero ellos…ellos parecía que lo tenían claro. Eran inseparables desde el nacimiento…y eran tres. Como el tres en raya, la regla de tres, el un, dos tres de la tele, los tres cerditos o los tres mosqueteros. ¿Acaso se puede prescindir de alguno de ellos? Difícil decisión, incluso para dejarla al azar.

A escondidas, como si estuvieran cometiendo el delito más grande del mundo, consiguieron burlar la vigilancia. Entraron los tres agarrados y un poco agachados tratando que las cámaras no les captaran. Juntos. Uno para todos y todos para uno. Ninguno quería ir solo, o con otro compañero. Pasado el control, y visto que habían conseguido su propósito ocuparon su lugar. Avanzaron sigilosos con el resto del grupo, camino del túnel. ¡Qué emoción! Nunca habían estado en el parque de atracciones.

Se fueron distribuyendo según llegaban los transportes. El suyo llevaba el número 21. Había que saltar y ocupar el lugar de forma casi instantánea, o caerían al agua. Sin pensarlo. Ya no había vuelta atrás. La barca se empezó a mover, primero lentamente para ir acelerando después el ritmo poco a poco hasta llegar al final de la subida. Unos instantes de silencio, mariposas en el estómago, contención de la respiración y caída libre, dejándose llevar por el torrente que les empujaba a su destino. Gritos de alborozo. Algunos de miedo, o respeto. Tensión. Júbilo. Emoción y prisa por llegar. Estaban impacientes por alcanzar lo que les habían prometido que sería un explosivo destino final.

Y es que, para un grupo de cromosomas, no había nada más emocionante que viajar a velocidad de vértigo y encontrar a los compañeros que darían lugar, junto con ellos, al origen de una nueva vida. ¿Cómo sería? ¿niño o niña? ¿rubio/a o moreno/a? ¿alto/a o bajo/a? ¿inquieto/a o pausado/a? ¿Feliz o infeliz? …Feliz, seguramente.

Pero para eso tenían que llegar los primeros. Era una competición, una carrera de fondo, una lucha de poder a poder.

Sin embargo, estaban nerviosos. Se habían saltado el protocolo y un sinfín de normas. Cuando los descubrieran… ¿los llamarían degenerados, como la última vez? ¿Los llamarían trastorno o defecto congénito, o discapacitados? ¿Los mirarían mal? ¿O simplemente no los mirarían, como si no existieran?

Pero como digo yo, menos, es más. Menos capacidad intelectual, sí, pero más capacidad emocional. Mayor felicidad. Mayor corazón. Más cariño. Más esfuerzo. Más superación. Más gratitud. Más ilusión. Más luz interior…y exterior. Como una estrella que ilumina la galaxia. Como una estrella fugaz… ¡Venga, cierra los ojos, y pide un deseo!

Y a partir de ahora, cuando mire al cielo, le daré un nuevo nombre a Sirio, la estrella que más brilla. Desde este momento, se llamará Lucía.


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Nota del autor/a: Se ha solicitado expresamente permiso a Marcos Chicot para usar sus palabras del discurso de Finalista del Premio Planeta en la introducción del relato, y utilizar el nombre de Lucía, su hija en la historia. El permiso ha sido concedido.


FUNDACIÓN V PALABRAS

La fundación V Palabras (https://fundacioncincopalabras.org/) es una Asociación sin ánimo de lucro que se dedica desde hace años a tareas solidarias en todo el mundo. Cada mes se proponen 5 palabras con las que los escritores solidarios colaboramos con relatos de un máximo de 100 palabras. El premio al ganador anual se destinará a alguna asociación necesitada. Os dejo mis últimas contribuciones.


"Sabiduría materna" (SEPTIEMBRE 23)

Recordaba con MELANCOLÍA las palabras de mi madre:

– eres como un RABO de lagartija, no paras quieta.

Y era verdad. Demasiado impulsiva a veces. Pero en mi cabeza un mundo de CONTRADICCIONES: me gustaba saltar, bailar, gritar, correr, cantar, para luego darme el placer de detenerme a contemplar el lago y el remanso de paz al que se llega por la CARRETERA, retorcida como mi mente, a la ARBOLEDA de pinos que, gigantes e impasibles, contemplan mi inquietud emocional. Tras la tempestad siempre llega la calma, también palabras de mamá. Cuánta razón tenía, y como la echo de menos.

"Un Clavel en la Solapa" (OCTUBRE 23)

Un clavel en la SOLAPA

y a bailar chulapa mía.

Llegado está el gran día

de San Isidro labrador.

Un buen chotis bien juntitos,

¡Dios mío qué ILUSIÓN!

con los pies en el ladrillo,

ya empieza nuestra canción.

Besar tus labios quisiera

color rojo AMAPOLA

y emprender contigo el VIAJE

al país de nunca jamás.

O en la LUNA aterrizar

bien ligeros de equipaje,

tan solo tú y yo

madrileña, mi malaje.

Y no romper el embrujo,

ni romper el hechizo,

del baile acompasado,

del baile más castizo.


LA HUIDA (NOVIEMBRE 23)

-TESORO
-¿Si mama?
-Tesoro, tenemos que irnos, le dijo con una SONRISA. Recoge tus cosas. En silencio. Recuerda, no hagas ruido.
– ¿Puedo llevarme a mi osito Boni?
– Claro
– ¿Dónde vamos?
– Donde no borren nuestras RAÍCES
– Mamá, ¿no hay lugar en la TIERRA , mejor dicho, en el PLANETA , donde podamos estar sin que nos obliguen a huir?
– Si cariño, pero aún es pronto para ir allí. Papá nos espera, pero le prometí no rendirme.
– ¿Por eso nos guiña un ojo desde el cielo?
– Eso es. Cada estrella que ves es un «sms» que nos envía para recordarnos…
– ¿ que nos quiere?
– Exacto


EL ESPEJO (DICIEMBRE 23)

De pequeña mi madre me decía:

- "el que tenga las UÑAS rojas, es el que miente".

Nunca olvidaré aquella tarde en que nos reunió a los cuatro hermanos para saber quién había roto el cristal del espejo. En cuanto me miré las manos me agarró de la OREJA sin escuchar mis lamentos. Traté de zafarme y me hice daño en el TOBILLO.

- Como castigo escribe cien veces: mentir es de cobardes

Cuando iba por la noventa y nueve, el papel parecía un GRAFITI. Escribí las frases en círculo , como si fuera una PULSERA, o un grillete aprisionando mi alma.


 MI SONRISA ( FEBRERO 24)

Te miro en SILENCIO. Tu MIRADA perdida lo dice todo. Tus ausencias y tus vueltas a la realidad. A veces lloras tratando de esconderte y mantener la DIGNIDAD (los hombres no lloran), pero yo lo veo. No estés triste. La vida me ha regalado la enfermedad del olvido. 

- Maldito ALZHEIMER, musitas tu. 

Puede que yo no tenga cabeza pero si tengo corazón, y sentimientos, y aunque no sé quién eres, por la forma que me miras, sé que te AMO, y por eso te devuelvo mi sonrisa.

 REQUIEM EN EL CAMPANAR (Marzo 2024)


No puedo verlo. Cierro los ojos pero tengo clavadas las imágenes por dentro. Necesito un EXTINTOR que apague este fuego que me consume, y que les devoró a ellos.

Diez personas ya no podrán BAILAR, ni reír, ni jugar.

Como restos del pavoroso incendio aparecen enseres varios carbonizados y mezclados con las pavesas : un PALO de un juguete roto, un CORDÓN de una zapatilla, restos de cuerpos humanos, corazones destrozados que nunca cumplirán sus sueños. Enmarcaré un TRÉBOL de cuatro hojas ,o un puñado de ellos , deseando a los supervivientes la fuerza y la suerte necesaria para recuperar sus vidas

Carbono 14

Siempre me ha resultado curioso la forma de hallar la edad de las cosas, los métodos de datación en arqueología de objetos que tuvieron su mejor o quién sabe si peor vida hace incluso millones de años, análisis químicos , isotopos radioactivos, el carbono 14,...

La forma de conocer cuántos años han pasado desde que la primera semilla dio origen a un robusto árbol contando los anillos de crecimiento, la manera de averiguar la edad de los animales contando dientes, o la de las estrellas midiendo su velocidad de rotación con avanzados instrumentos astrofísicos.

¡Quién sabe cuántos besos robados han "visto" esas joyas arquitectónicas, cuantas ramas de ese roble han sido testigo de sus abrazos, o cuantas miradas cómplices han iluminado esas estrellas bajo cuya luz hace rato que perdieron la conciencia de su "yo", para formar parte de su "nosotros"!

Y es que su química no es radiactiva, pero sí es adictiva. Echó raíces y creció, alimentándose no de agua, ni de luz, ni de sol, sino de pasión, de momentos robados (adrenalina pura), de ilusión…Iluminaba sus días, y sus noches, y como una nebulosa gigante iba creciendo y expandiéndose en el firmamento, su cielo. Y es que el amor es así, el de verdad, no tiene edad, ni límites, ni se puede medir, ni contar…

El PARAGUAS

La noche estaba oscura y desapacible. El agua caía con una fuerza y una intensidad descomunal. El ruido era ensordecedor, brutal, salvaje. Parecía que se había desatado la furia de los dioses, magníficos ellos, guerreros, gigantes... Alguien parecía haber retado a Thor: no sabía con quien se las estaba jugando.

La tempestad iba creciendo en magnitud y potencia y se acercaba a una velocidad vertiginosa. El viento arreciaba y golpeaba los cristales. El ruido era ensordecedor: el "martillo de Thor" parecía estar dentro de mi cabeza. Las precipitaciones eran cada vez más violentas. Imposible salir a la calle.

El temporal dejó paso a una lluvia suave, pero continua, monótona: de esas que te calan los huesos, y hasta el alma y hacen descender el ánimo hasta el pozo más profundo. Si tuviera que definirlo con un color, ni siquiera diría el gris: demasiado alegre. Plomizo: así mejor. La tristeza invadió mi espíritu, la melancolía desató mis instintos más lúgubres.

Pero había quedado en que iría. No es que me apeteciera demasiado, pero una promesa es una promesa. Como alguien me dijo una vez: "el valor de una promesa reside en los sacrificios que estás dispuesto a hacer para cumplirlos" …y la palabra: nunca había faltado a mi palabra.

Así que me armé de valor, o eso creía yo. A punto de poner el pie en la calle, vuelta para atrás. Cobarde: eso es lo que soy. Vamos, un nuevo intento. En mi recuerdo resonaban sus últimas palabras: "no vengas a verlo hasta que no estés preparada". Pero ¿Cómo se prepara una para algo así? No lo sé. Francamente, no lo sé.

En estas me encontré en la calle sin saber cómo. Sentí un empujón en la espalda: es como si una fuerza ajena a mí me hubiera impulsado al exterior. Me di la vuelta, pero no había nadie. La energía del viento había cerrado la puerta y no tenía llaves; siempre las dejo en el aparador de la entrada. Con tanta indecisión de si entro, salgo, me atrevo, no me atrevo, al final se quedaron allí. Así es que no me quedó más remedio que seguir adelante.

Muy a mi pesar empecé a dar pasos que me dirigían no sabía muy bien dónde. Es como si fuera una marioneta, un títere, y alguien me dirigiera y moviera mis hilos, con una fuerza poderosa que me impedía ser dueña de mis actos. Recuerdo la cantidad de veces que nos sentábamos con papá y con mamá en el Parque del Retiro a ver las representaciones del guiñol que se situaba frente al lago, a mitad de camino del largo paseo. Me quedaba como hipnotizada, tratando de averiguar cómo se movían aquellos muñequitos que aparecían y desaparecían como por arte de magia...hasta que veía los hilos, que todo sea dicho, no entiendo cómo no se enredaban. Me encantaba participar cuando pedían voluntarios. Reíamos y reíamos sin parar. Ahora era diferente. Las risas dieron paso a la angustia, el miedo, la indecisión...La muñeca era yo, y no era dueña de mis actos...

Visto que no podía regresar al refugio de mi casa, seguí avanzando, y llorando, y cuanto más avanzaba, más lloraba, de forma totalmente descontrolada… Seguía de forma mecánica, ya acostumbrada, quizá, a no saber por dónde seguir, y dejar que fueran otros los que tomaran las decisiones.

No sé cómo, pero empecé a ser consciente de que estaba... ¡calada! Claro, no cogí las llaves, y también olvidé el paraguas. Estaba mojada por fuera, y por dentro, ya no sé si de tanto derramar lágrimas, o porque la lluvia había traspasado mi alma: un alma que últimamente estaba demasiado desesperada, confusa, con falsas expectativas, un alma indecisa, un alma cobarde, incapaz de afrontar la realidad, un alma mojada y arrugada…

Ensimismada estaba pensando en mi supuesta desgracia, pisando cuantos charcos encontraba a mi paso, hasta que me paré de forma inconsciente... ¿o fueron los hilos que me empujaron y yo avancé resignada hasta donde ellos me quisieron llevar? Y llegué hasta un lugar que no conocía, ¿o acaso lo conocía y lo había querido olvidar?

Y allí estaba yo mirando la inscripción que tiempo atrás había escrito en la corteza de aquel árbol. Me giré y allí estaba ella:

- Toma cariño: te has dejado el paraguas.

- Gracias mamá. Lo tomé y lo abrí.

Y recordé aquel día siendo pequeña, que salimos de excursión e hicimos un "pacto de sangre, pero sin sangre" y con la navaja de cortar el pan hicimos aquella marca en el pino.

- No lo olvides: yo siempre estaré a tu lado, pero eres tú la que tiene que vivir su vida. Yo te puedo traer el paraguas, pero eres tú la que lo tiene que sujetar.

Y entonces caí en la cuenta... ¡Qué tonta y estúpida he sido! Ni tormenta, ni truenos, ni lluvia incesante, ni mamá sujetando el paraguas: era yo, solo yo y mis pensamientos, que me atormentaban y martilleaban y me estaban arrugando y encogiendo, porque no me atrevía a enfrentarme a mí misma, y me estaba ahogando.

Puede que ya estuviera preparada, y por eso fui a ver la inscripción. Parada frente al árbol, nuestro árbol, recordé lo que me decía: "Las cosas son como son, sufrimos porque las imaginamos diferentes". Las cosas son como son. Las cosas son como son… ¿y yo? ¿Cómo soy yo? No lo sé, puede que no me guste la respuesta. O puede que sí. Le preguntaré a Thor, a ver qué me dice. Lo que estoy segura es que no volveré a retarle nunca. Su martillo es muy poderoso, y puede que me convenga más mantenerlo contento...

Pasé los dedos por la marca cubierta por el tiempo por briznas de musgo y restos de resina. Aún se adivinaban sus palabras. Mamá escribió mi nombre, y yo escribí el suyo. Te quiero mamá, le susurre al pino. Aunque ya no estés sé que me estás escuchando. El viento movió sus ramas como queriéndome decir 'yo también te quiero'. La carta de amor más bonita jamás escrita con solo dos o cuatro palabras. ¿Acaso se necesitan más?.

MAR INFINITO

Al caer la noche el grupo de adolescentes encabezado por Mabinty, se reunió para comenzar la mayor aventura de su vida. Nadie sabía cómo terminaría, ni siquiera si llegaría a empezar, pero merecía la pena intentarlo. Estaban excitados, a la par que temerosos. Habían quedado con Anouk, el líder del grupo que prometía cambiarles la vida a cambio de unas cuantas monedas. Muchas monedas. Demasiadas quizá. Para algunos eran los ahorros de toda su vida. Para otros, se las habían tenido que ingeniar para reunir el monto del pasaje. Alguno incluso lo había tenido que robar. Ya lo devolverían a la vuelta. Eso si es que volvían.

Se aproximaron al punto de encuentro, en los alrededores de la antigua Villa Cisneros. Cuando llegaron, Alía, Mabinty, Mariam, Abdoulaye, Djibril, Eliza y Sylla no encontraron a Anouk. Había demasiada gente en el muelle. Se empezaron a poner nerviosos. Si no aparecía, quizá perdieran su oportunidad. Tenía que ser esa noche, ya que el mar estaba en calma, y las condiciones meteorológicas eran favorables. Había luna nueva lo cual les protegería de ser descubiertos. Iban con linternas que encenderían y apagarían en los momentos adecuados. También les servirían para comunicarse vía morse con las otras embarcaciones.

Le encontraron distribuyendo los distintos grupos que habían llegado de Mali, Guinea o Senegal en las cuatro pateras. Algunos lo llamaban el "efecto llamada", pero Mabinty lo llamaba el "efecto salida". Ya no había vuelta atrás.

Desde Dajla hasta la "frontera" europea más cercana en línea recta, la punta de Maspalomas (Gran Canaria), hay 450 kilómetros. Muchos para atravesar el mar en esas condiciones, o pocos si lo que se juegan son un futuro incierto, pero futuro, al fin y al cabo y esperanza, sobre todo esperanza. La travesía es de dos a tres días de navegación contra un viento que empuja hacia el suroeste, el Alisio; mucho riesgo, sobre todo con barcazas o motoras que no están preparadas para océano abierto.

Aquella noche salieron las cuatro embarcaciones, previo pago de un importe desorbitado. Dos iban motorizadas. Esas eran más caras. El resto tuvo que esperar otra oportunidad, o la siguiente remesa. Mabinty y su grupo tuvieron suerte de encontrar hueco.

La mar estaba en calma. Parece que la travesía comenzó bien. Sin embargo, nadie pronunciaba una palabra. En realidad, tenían miedo. Ya habían salido, sí , pero aún corrían el riesgo de ser interceptados por la Marina Marroquí, o ya más cerca del destino por las lanchas de la Guardia Civil española.

La mañana siguiente se levantó temporal y las cuatro embarcaciones se separaron producto de las fuertes corrientes que las distanciaron. La marea cambió. El oleaje iba en su contra. Las olas entraban en las pateras y saltaban de un lado a otro como monstruos tratando de engullir a su presa.

Dos fueron a parar al punto de partida. La tercera casi acaba en el fondo del mar, pero fue encontrada por un carguero que estaba por la zona y que se dirigía a Canarias desde Nigeria. El capitán del mismo informó por radio a las autoridades españolas, y tuvieron suerte de ser recatados y llevados a un centro de acogida, donde les asistieron y procuraron mantas, comida, y calor humano más que físico.

De la cuarta, la del grupo de Mabinty, nunca más se supo. Las horas siguientes fueron tensas. Estuvieron varios días a la deriva a merced de las olas y del caprichoso destino de los dioses. Viajaban sin rumbo y perdieron la noción del tiempo.

Las escasas raciones de comida, que estaban pensadas para una travesía de dos o tres días, se habían agotado. Tampoco tenían agua, salvo la que rodeaba el inmenso océano. En esas circunstancias las fuerzas comenzaron a fallar y algunos estaban ya al límite de su resistencia. Murieron en cuestión de horas y sus cuerpos fueron arrojados al mar tras unos salmos y oraciones. Aunque entre ellos no se conocían, en tremenda situación vivida y movidos por los mismos sueños, se podría decir que eran casi de la familia.

Otros literalmente, enloquecieron. Abdoulaye tenía miedo. No sabía nadar. Cinthya, una joven mauritana de diecisiete años le cantaba canciones para tratar de calmarle, o para quitarse los nervios ella misma. Estaba en avanzado estado de gestación, y susurraba nanas a un bebé que probablemente no llegara a nacer, y ya de paso a todo aquel que quisiera escucharlas. Su voz era muy dulce y el chaval se quedó dormido sin saber que nunca más despertaría.

Aquella noche fue sin duda la peor para ellos. Fue brutal. Cuando llevas más de una semana muriéndote de sed, a merced de las olas y el sol, viendo cómo algunos de tus compañeros de patera se consumen hasta no volver a despertar y te rodea un océano, debe de ser muy difícil no sucumbir a la tentación de beber unos sorbos de agua salada. Primero uno, luego otro y otro... por un momento te alivian, pero la sal hace que te deshidrates más rápido aún y te lleva al delirio.

Rumbo a ninguna parte, donde ya solo quedaba por delante un infinito desierto azul, o quizás simplemente la pérdida del último atisbo de esperanza. Por eso algunos se tiraron al mar. Sin más.

La nueva ruta canaria de la inmigración pasa por llegar a la isla de El Hierro, la más occidental del Archipiélago. Las mafias salen cada vez más del sur de África, de Senegal o Mauritania, o el Golfo de Guinea, y el trayecto en línea recta los lleva entonces a la diminuta isla canaria. Si la patera va a la deriva y se desvía, los vientos Alisios y las corrientes consiguen llevar a un cayuco a Brasil o a cualquier costa del Caribe. Ahí aparecen los inmigrantes momificados por el sol y la sal del océano, tras navegar sin rumbo fijo por el Atlántico. Cadáveres descompuestos, apilados y momificados que ocultan en la tragedia su edad, sexo y lugar de origen, aunque ahora ya, eso no importa.

No era la primera ni será la última patera que se esfuma con las vidas de todos sus ocupantes en esta zona del Atlántico, en este flujo constante cuya naturaleza clandestina hace imposible pedirle a nadie una lista de embarque de los que salen, sobre todo cuando no llegan.

Los que tuvieron suerte y fueron rescatados consiguieron papeles, para viajar desde Canarias a Francia, Bélgica o Alemania. Las islas tan solo son la puerta de Europa, donde sus dirigentes los tratan como números y porcentajes de reparto para no disturbar la paz de sus habitantes. O para colgarse la medalla de una solidaridad mal entendida con tal de salir en las noticias o acaparar un puñado de votos. Ellos los llaman inmigrantes. Yo los llamo personas.

Alía, Mabinty, Mariam, Abdoulaye, Djibril, Eliza, Sylla, Chintya y su proyecto de vida muerto antes de nacer fueron encontrados en una playa de Brasil dos meses después.

Los nativos, muy supersticiosos, les dieron sepultura tras una ceremonia en la que los espíritus acogieron sus almas. Quemaron los cuerpos en una pira para que las chispas al elevarse al cielo les purificaran y a continuación, apagado el fuego, recogieron las cenizas y las echaron al mar, al mar infinito, de donde procedían.

LA COMPASIÓN DE NEPTUNO

Barcos a la deriva

sin timón ni dirección.

Cayucos como oficina

buscando una vida mejor.

Trabajan remando juntos,

luchando contra el mar.

Trabajan desesperados,

a la orilla intentan llegar.

Pero las olas, caprichosas

les alejan del destino

¿acaso no tienen derecho

a que les den humanitario asilo?

Neptuno, por compasión:

obra ante ellos tu magia.

Permítelos vivir,

concédelos tu gracia.

Y el Dios de los mares oyó

y les devolvió a la orilla.

Una manta y un café

y esperanzas contenidas.

Una sirena hecha mujer

les recibió con una sonrisa:

ha sido un placer.

Y los devolvió a la vida.

YAKUMAMA

Me adentré en la selva con el grupo, detrás del guía que nos indicaría el camino. Las instrucciones eran claras y precisas, incluso antes de la partida: no separarnos del camino marcado y siempre, siempre, siempre, hacer caso de las pautas de los que eran expertos en la zona: un grupo de nativos contratados por la agencia con amplia experiencia en este tipo de safaris. Hacerles caso o no era cuestión de vida o muerte. Un descuido podía ser fatal y traer consecuencias nefastas, personales, e incluso para el resto de la expedición. Había que estar atento, y alerta hasta en las pausas para el sueño.

Repasé mentalmente la imagen del día anterior con todo lo necesario encima de la cama antes de meterlo en la mochila. Incluso me había hecho una lista al "sistema tradicional", en un papel, por supuesto, no ser que las nuevas tecnologías fallaran. Así no olvidaría nada luego al regreso. Eso, suponiendo que regresara, lo cual no tenía tan claro…

Nos habían conminado a reducir el peso a lo estrictamente imprescindible. Ya se sabe que tendríamos que cargar con todo sobre nuestras espaldas durante el trayecto completo, y algunas zonas entrañaban sus riesgos. Me habían convencido para ir y así olvidar todo lo acontecido en las fechas más recientes. Lo que no tenía tan claro es que la solución para curar un trauma, fuera arriesgarse a padecer otro. Y si no, al tiempo.

La ruta se antojaba muy ambiciosa. Remontaríamos el río Negro, para dirigirnos a uno de los espacios naturales más fascinantes del planeta. Así nos lo habían vendido. A partir de ahí, la ruta a pie para conocer alguno de los poblados indígenas más apartados de la selva amazónica.

Iniciamos la primera parte del recorrido en Manaos, desde donde nos acoplamos en varias embarcaciones regionales, tipo canoas, sencillas, pero confortables, hasta llegar al archipiélago de las Anavilhanas, desde donde partiríamos por los márgenes del río Apuau hasta internarnos en el corazón verde. Con cierto respeto, por no pronunciar la palabra miedo, iba mirando de soslayo los márgenes, donde a veces se podían ver al sol algún que otro caimán, aparentemente dormido…Pero ¿y si despertaban de repente al paso de la embarcación?...Mejor no pensarlo.

Desembarcamos y sin perder un minuto, continuamos la marcha. El camino discurría entre majestuosos árboles y una vegetación más que tupida y exuberante. Verde, siempre verde, en todas sus tonalidades. En fila de a uno, sin separarnos unos de otros. En ocasiones teníamos que usar las herramientas de mano para abrirnos paso. Yo no es que fuera muy habilidosa con el machete, así que lo inevitable pasó: sufrí un pequeño corte. Me retrasé para curar la herida, con la ayuda de Kunambo, el guía de cola. Era un auténtico experto en plantas medicinales tropicales. Había que tener cuidado, ya que algunas podías ser venenosa, incluso letales. Con sumo cuidado eligió la denominada Achiote, cuyas hojas machacadas eran utilizadas como cicatrizantes, y para prevenir posteriores infecciones en la piel que pudieran derivar en algo más grave.

Kunambo tenía las manos grandes, muy grandes, pero extremadamente suaves. Apenas noté el escozor cuando me aplicó el remedio que había preparado. Encima de él colocó una venda hecha con raíces para evitar que me lo tocara o rozara de nuevo al continuar la marcha.

– No se preocupe señora, apenas le quedará marca.

Continuamos avanzando detrás del grupo, esperando cogerles antes de llegar al claro en el que haríamos noche. Aceleramos el paso y les dimos alcance justo en el momento en que se despojaban de sus mochilas y comenzaban a distribuir los espacios y las tareas para montar el campamento cuanto antes. Apenas quedaba media hora de luz. Cada uno asumió su papel, y en poco tiempo dejamos listas las tiendas, cuando ya apenas podíamos ver al que teníamos enfrente. La jornada había sido larga, así que dispusimos lo necesario para una cena frugal alrededor del fuego que encendimos en el centro. Las tiendas alrededor, todas a la vista de todos, por seguridad. Aún a pesar del cansancio, una vez relajados por haber llegado a tiempo al destino, comenzamos una animada charla alrededor del crepitar de las llamas, que con el paso del tiempo se fueron consumiendo hasta quedar en ascuas, unos rescoldos que el encargado de hacer guardia tenía como misión avivar de vez en cuando para mantener alejados los posibles visitantes nocturnos.

Madrugamos, y recogimos todo en un abrir y cerrar de ojos. La jornada que teníamos por delante era de dificultad media. Nos pusimos en marcha, charlando animadamente. Habíamos dejado la parte más tupida para recorrer un sendero algo más espacioso y con los árboles más altos y asombrosos que jamás había visto. Incluso podíamos ir en pequeños grupos, eso sí, sin descuidarnos. Había que estar alerta. La belleza de la selva en ocasiones enmascara los peligros. A cada paso que daba, más me asombraba y fascinaba por todo lo que encontraba a mi paso. Tucanes, colibríes, guacamayos…Tenía cierta predilección por estas aves tan llamativas, coloridas y absolutamente espectaculares. Siempre me quedaba la última, tratando de captar en mi retina lo que la cámara del móvil no me transmitía, que era la sensación de transportarme a otro mundo, otro lugar, mágico, etéreo, indescriptible.

Y así fui haciendo fotos, y retratando momentos, y parándome y avanzando de nuevo. Imposible no detenerse ante la magnitud de tanta belleza. Absorta estaba tomando una nueva instantánea, cuando noté que me había alejado demasiado del grupo. ¡Maldita sea! Un leve cosquilleo que me subía por la espalda hasta llegar al cuello hizo que me detuviera en seco. En la selva la humedad pegaba las ropas al cuerpo, y la sensación de agobio térmico era constante. Pensé que era sudor y traté de secarlo con el pañuelo. Pero el sudor no sube…baja, diría yo. ¿Entonces?

  • No-te-muevas. ¡Silencio! Y Kunambo me hizo un gesto que me hizo temblar hasta el alma.

Tenía las órbitas fuera de sí, y moviéndose con extremo sigilo alargó su mano, en la que llevaba una rama con la que se acercó para quitarme de encima… ¡una tarántula del tamaño de mi puño! ¡Santo cielo!, las había visto en las guías, pero siempre pensé que exageraban…Ya se sabe, fotos de altísima calidad como reclamo. Y ahí sí. Ahí sí que empecé a sudar y a gritar a pesar de que me habían pedido silencio. Creo que incuso hasta me desmayé. Pero ¿Quién me había mandado a mí meterme en semejante berenjenal? Víboras, pirañas, caimanes, hormigas bala, hormigas guerreras, hormigas de fuego, escorpiones, anacondas, jaguares… y tarántula Goliat. Así se llamaba mi "ilustre visitante". Recité como una letanía o como la lista de los Reyes Godos la lista de los animales más peligrosos de la selva, esos que enumeraba el folleto y de los que se supone no nos encontraríamos, o eso esperaba yo, siempre que mantuviéramos las debidas precauciones…justo lo que yo no hice.

Pasado el susto, y tras la regañina de Kunambo por la imprudencia de retrasarme y poner en peligro al grupo por tener que ir a buscarme, reanudamos la marcha. Nuestro destino aún quedaba lejos. Los kilómetros en la selva se multiplican, ya que el ritmo de marcha no suele ser elevado.

Hicimos una parada intermedia en un poblado Caboclo, extremadamente cordial y hospitalario. Se ve que estaban acostumbrados a las visitas. Un pueblo de pescadores, que no dudó compartir la colecta del día con nosotros, a pesar de que el grupo era numeroso. Asamos unos exquisitos "Tucunarés" recién sacados del río y compartimos con ellos las experiencias de lo que llevábamos de viaje. Una jornada de lo más agradable. Asanti, que así se llamaba el jefe del clan, nos contó mil historias de su tribu. Y repitió muchas, muchas veces una palabra: "yacumama", "yacumama no", muy excitado. Más tarde comprendimos su significado… Por lo demás nos entendíamos perfectamente, entre el español, el portugués, unas cuantas lenguas indígenas que Kunambo dominaba y la buena voluntad de todos. El tiempo pasó volando, incluso tuvimos que hacer noche allí, en unas cabañas que tenían de almacén.

A la mañana siguiente reanudamos la marcha. Debíamos llegar al embarcadero desde donde visitaríamos los manglares. No había tiempo que perder, ya que la noche en el poblado no estaba prevista. Así que esta vez fui a paso rápido, con el grupo, tratando de no perder tiempo para no volver a quedarme la última. Alcanzamos nuestro siguiente destino y embarcamos en dos grupos. Eso sí, una única recomendación: no sacar la mano fuera de la canoa. Para todos. Tajante. Ante tal advertencia, solo quedaba mirar, y disfrutar. Mejor no tentar la suerte. En estas iba yo pensando en las palabras de Asanti…yacumama… ¿qué significaría?

El silencio del grupo era sepulcral. Todos íbamos como hipnotizados por lo que teníamos delante: el más espectacular atardecer jamás visto. Allí donde te quedas mudo de la impresión, allí donde se mezclan los tonos anaranjados, violetas, amarillos, rosados, grises, azulados, donde el reflejo de las aguas engrandecía, si cabe, la maravilla que teníamos delante, allí donde, rodeados de aquel paisaje multicolor, el paseo por la aguas de aquel territorio a priori indómito se convirtió para nosotros en una experiencia difícil de olvidar. Brutal. Magia en estado puro, que desapareció justo cuando, sin percibirlo ni preverlo, notamos un movimiento inusual en las aguas de aquel remanso de paz…

Sin darme cuenta, era tal el estado de calma en los momentos previos, que había relejado todos y cada uno de mis músculos, incluidos los del brazo, que en ese momento estaban inmersos en el agua…tratando de tocar el reflejo de los árboles. Y apareció ella…yacumama, yacumama! No tocar! gritaba Kunambo. Del susto me puse en pié con tal fuerza y velocidad que desestabilicé la canoa y caí al agua…Y yakumama se acercó hasta dar un salto que intentó atrapar mi mano. La "madre del agua" había venido a defender su territorio, la serpiente boa que domina, al parecer, los ríos y lagos de aquella parte del planeta. Esa era la advertencia de Asanti, Lo que parecía una leyenda que en principio no creímos, resultó ser una gran verdad.

Según nos contó, es una boa gigantesca que vive en las profundidades de los ríos y lagos. Ella es quien domina el clima, las lluvias y el caudal de los ríos. Cuando la tierra necesita agua para subsistir, sube al cielo, se esparce como una mancha gris y anuncia con rayos, relámpagos y truenos, que caerá en forma de lluvia sobre la tierra, de esa forma hará crecer plantas que sirven de sostén al hombre. Luego que ha cumplido su misión reposa convirtiéndose en un arco iris para luego volver a las profundidades de las aguas a salvaguardarlas. Había osado desafiar a su diosa…y pagué las consecuencias, con un mordisco que me arrancó las ganas de volver a desobedecer las órdenes de los expertos y de no tomarme en serio lo que para nosotros eran leyendas, pero para ellos era representaba la esperanza de una subsistencia eterna.

El agua se tiñó de sangre, la mía, aunque realmente fue menos de lo que en un principio pareció. De nuevo Kunambo me aplicó sus conocimientos médicos, y contuvo la hemorragia. Ahuyentó a la diosa. Nuevamente a salvo… ¿Qué sería lo siguiente?, ¿Un jaguar, hormigas gigantes…? Las hormigas era lo que más miedo me daba, incluso las más pequeñas…

Acampamos tras desembarcar y serenar los ánimos. Dormí en la tienda de Kunambo. Insistió en que no estuviera sola. Ya no sé si por vigilarme a mí o la evolución de la herida. Tardé en conciliar el sueño, hasta que finalmente caí rendida. Me despertó un zumbido extraño. Miré y mi "guardaespaldas" dormía también. Acabó reventado, igual que todos. ¡Qué extraño! Juraría que habíamos dejado la puerta de la tienda y la mosquitera cerrada a cal y canto. Pero estaba abierta. Miré a mi alrededor y la colcha estaba plagada, sí, de hormigas que zumbaban…Grité, grité, y grité, pero nadie venía, y Kunambo seguía durmiendo. Pero… ¿cómo es posible?

-Señorita, señorita, despierte! Tiene usted una pesadilla. La mordedura de yakumama provoca fiebre y en ocasiones produce alucinaciones. Y desperté. Y lloré, mucho. No podía parar.

  • Tómese esto. Y me ofreció un brebaje amargo. No ofrecí resistencia.

  • Tómeselo. Le hará bien. Me tranquilicé y ahí sí. Me volví a dormir, mucho más relajada.

Lo siguiente que recuerdo era mi habitación, desordenada, con pilas de cajas, unas abiertas, y otras ya cerradas, muchas de ellas rotuladas con su contenido. Empaquetando malos recuerdos. Guardando emociones. Apartando miedos, traumas, decepciones. Escribiendo nombres de malos hábitos y quemándolos para después depositar las cenizas sobre la palma de mi mano y soplarlas para que se las lleve el viento…

Así me quedé anoche cuando estaba guardando para el traslado los libros de la carrera y los de lectura por placer. Mira por dónde salieron desde los clásicos como "El Quijote", de Cervantes, "Cien Años de soledad", de Gabriel García Márquez, "El Amor de los Amores", de Ricardo León…hasta los más modernos, Ken Follett, Ildefonso Falcones, María Dueñas, Julia Navarro.., junto con los apuntes, la ropa, los juegos…

Me quedé absorta contemplando la caja de mi videojuego favorito…JUMANJI, viviendo en mi imaginación las historias en primera persona. Pero es que parecían ¡tan reales! Y las marcas de las tres vidas (perdón, de los dilemas que me asolaban), se borraron de un plumazo de mi brazo. Ni cortes por el machete, ni mordeduras de serpientes, ni picaduras, de hormigas…Nada.

Y decidí seguir jugando el siguiente nivel, y viviendo mi vida, y no la de otros. Y decidí pasar página. Y decidí… ¡tantas cosas!

Terminé de embalar la caja y del estuche de Jumanji cayó un papelito cuidadosamente doblado. Parecía la factura. Lo desdoblé para tirarlo al contenedor de papel, pero algo me llamó la atención. Eran unas líneas cuidadosamente escritas:

"Llámeme siempre que me necesite, señorita. Allí estaré. Y cuidado con yakumama. No conviene desafiar su poder. Recuérdelo. Siempre suyo. KUNAMBO".

DEMASIADO TARDE

No te pude secar las lágrimas,

llegué demasiado tarde.

No te pude dar un abrazo,

llegué demasiado tarde.

No te pude curar las heridas,

llegué demasiado tarde.

No escuché tu llamada de auxilio,

llegué demasiado tarde.

No escuché tus gritos ahogados,

llegué demasiado tarde.

No entendí tu miedo;

parecíais tan felices,

pero llegué demasiado tarde

Tus ojos ya no brillan.

Tu sonrisa está desdibujada.

Tus lamentos están ahogados.

Tus cicatrices, disimuladas.

No hay consuelo posible, ¿o sí?

Y entonces salió el sol.

Desde donde quiera que estés,

tu denuncia iluminó

para que nadie, como tú

se vaya demasiado pronto

EL GORRIÓN

El anciano, sentado en su butaca de mimbre, observaba por la ventana caer los copos de nieve. Su Navidad era siempre igual: soledad, un té caliente y el eco de risas ajenas ya pasadas. Este año, sin embargo, algo era diferente. Un pequeño gorrión, empapado y tembloroso, se posó en el alféizar. El anciano, con movimientos lentos y cuidadosos le ofreció un puñado de migas de pan.

El pájaro picoteó con voracidad. El anciano sonrió, una mueca casi imperceptible en su rostro arrugado. No era la cena de Navidad que esperaba, ni la compañía que anhelaba, pero el gorrión, con su pequeño cuerpo rechoncho y sus ojos brillantes y agradecidos, le había regalado algo más valioso: un instante de calidez, una conexión fugaz que rompía el silencio y llenaba el vacío de su corazón. El silencio de la noche, ya no era tan frío. El gorrión fue su pequeño gran regalo navideño.

AQUATIERRA Y LOS PECES VOLADORES

Mateo despertó con la sensación de que algo andaba terriblemente mal. Al abrir los ojos, el techo que observaba no era el de su habitación. Intentó incorporarse rápidamente, pero al hacerlo, sintió un dolor agudo en el cuerpo, como si llevara años trabajando físicamente, algo que su vida sedentaria nunca le había permitido experimentar. Miró a su alrededor con desesperación: la habitación pequeña y desordenada no le resultaba familiar, y lo peor llegó cuando vio sus manos. Eran toscas, grandes, con cicatrices que no recordaba haber visto nunca. Le vinieron a su mente las escenas de Spiderman o Lobezno. ¿Acaso se estaba convirtiendo en un monstruo? Quizá debería hacer caso a aquellos que le decían que pasaba demasiado tiempo delante de ordenador jugando a ponerse en la piel de los héroes de Marvel, o a convertirse en el Príncipe de Persia, o en guerrero de Call of Duty.

Corrió al baño y, al mirarse en el espejo, el pánico se apoderó de él: el rostro que lo miraba no era el suyo. Tenía el cuerpo de un hombre mayor, con barba descuidada, arrugas alrededor de los ojos y una mirada cansada, muy cansada, agudizada por unas tremendas ojeras producto de no dormir por mil preocupaciones. Al menos eso suponía, porque no recordaba ni haber salido, ni haber bebido. Mateo retrocedió, impactado, tratando de recapitular cómo había llegado allí, pero su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. No se ubicaba y no acertaba a comprender nada de lo que había sucedido antes de despertar.

Durante las primeras horas, deambuló por el pequeño apartamento, revisando documentos, buscando alguna pista sobre quién era. Descubrió que ahora habitaba el cuerpo de un hombre llamado Daniel, un mecánico que vivía en un barrio humilde. No tuvo mucho más tiempo para procesarlo cuando el teléfono comenzó a sonar insistentemente. Al contestar, una mujer con voz irritada le recordó que tenía una cita con un cliente en su taller. Tampoco reconoció la voz de quien le increpó con ese tono tan impertinente. ¿El taller? ¿Qué taller?

Sin otra opción, Mateo se vio forzado a asumir la vida de Daniel. Fue al taller, donde tuvo que fingir conocer los entresijos de la mecánica, una tarea imposible para alguien que no tenía idea de cómo funcionaban los motores. Los tutoriales de YouTube solucionaban pequeños problemas puntuales, como cambiar el aceite con tus medios, o reponer una bombilla, pero no los conocimientos que se adquieren a lo largo de una vida entera de trabajo con bujías, tubos de escape o juntas de culata. Intentó disimular su falta de conocimiento, pero pronto los clientes empezaron a frustrarse y enfadarse mucho, muchísimo y a reclamarle su falta de profesionalidad. ¡Si ellos supieran! Su jefe lo reprendió con dureza y le amenazó con el despido. Ya sólo le faltaba eso. A lo largo del día, Mateo comenzó a entender que Daniel no tenía una vida fácil. Era un hombre endeudado, que vivía al límite, atrapado en una rutina extenuante.

A medida que pasaban los días, Mateo se daba cuenta de que estaba sumido en los problemas de Daniel: peleas con compañeros, facturas impagadas y una relación rota con su familia. Pero algo más lo atormentaba, un misterio que empezaba a consumirlo. En momentos de quietud, pequeños fragmentos de recuerdos comenzaban a surgir, pero no de la vida de Daniel, sino de la suya propia. Imágenes fugaces de su rostro, su nombre, una vida anterior que parecía desvanecerse cada vez más rápido.

Desesperado por encontrar respuestas, Mateo comenzó a investigar la vida de Daniel más profundamente. Descubrió cartas viejas, fotos de una mujer y un niño, y una lista de deudas que lo habían llevado a un callejón sin salida. Pero entre esos papeles también encontró una vieja nota que parecía fuera de lugar, escrita en una caligrafía extraña: "El tiempo se agota. Resuelve tu verdadero yo antes de que no haya vuelta atrás."

Mateo no entendía el significado de esas palabras, pero el reloj parecía estar corriendo. Empezó a tener pesadillas en las que su reflejo desaparecía poco a poco, como si su verdadera identidad se estuviera desvaneciendo. Cada noche, el terror se intensificaba. Su reflejo, antes una imagen clara y definida, se volvía borroso y luego, como un fantasma, se disipaba en el espejo empañado. Despertaba sobresaltado, sudando frío, con la sensación de que algo se estaba desprendiendo de él. Al mirar su reflejo, podía ver cómo su cuerpo se volvía transparente, como si estuviera siendo absorbido por otra dimensión.

Sabía que debía actuar rápido, pero ¿cómo resolver el misterio de quién era, mientras lidiaba con los problemas de otra persona?

Una noche, mientras revisaba los viejos documentos de Daniel, encontró una dirección escrita en una hoja suelta. Sin saber qué esperar, fue hasta el lugar. Llegó a una casa abandonada a las afueras de la ciudad. Allí, en medio de una habitación vacía, encontró una carta que lo dejó sin aliento.

La carta era para él, pero firmada con su nombre verdadero, el que apenas recordaba: "Mateo". Decía que había sido parte de un experimento para cambiar de vida, pero algo había salido mal, y su mente había quedado atrapada en el cuerpo de otro. Tenía solo unos días para resolver el enigma, o la conexión con su verdadero ser se rompería para siempre, dejándolo atrapado en el cuerpo de Daniel, en otra dimensión, cuya puerta se cerraría para siempre al finalizar el plazo.

Con el tiempo en su contra, Mateo comenzó a investigar más sobre el experimento. Descubrió que Daniel también había sido parte de él, pero por razones muy diferentes. Daniel había querido huir de su vida, de sus problemas, y había ofrecido su cuerpo en un intercambio que nunca se concretó. Ambos, sin saberlo, estaban enredados en el mismo juego peligroso.

Quizá la única forma de revertir el proceso era enfrentando los problemas que Daniel había querido evitar. Si lograba reconciliarse con la vida de Daniel, si arreglaba los conflictos que lo habían llevado a querer escapar, entonces el intercambio se revertiría, o eso esperaba. ¡Y el que pensaba que tenía problemas!

Para colmo de males, era Nochebuena y las canciones navideñas y villancicos que sonaban por los altavoces de toda la calle, le taladraban la sien. Le abrumaban unas fechas en las que consideraba que para la gente era más importante mantener las apariencias, y cumplir con visitas familiares a veces no deseadas que disfrutar de momentos realmente placenteros sin obligaciones impuestas por el calendario. Así lo veía él. Disfrutaba mucho más del calor de una taza de té, la compañía de un buen libro o la sonrisa de los niños que jugaban en la nieve, siempre está, claro, que no le tiraran bolas a él. No es que fuera un solitario, o un amargado. No le disgustaba la compañía, pero tenía que ser de quien él quisiera y en el momento que él decidiera. Lo que no tenía claro es si esos eran sus sentimientos reales o los del cuerpo que habitaba. Se sentía en cierto modo como el Grinch.

Al salir del taller una extraña aurora boreal iluminó el cielo y un viento gélido se coló entre las rendijas que dejaba su destartalado abrigo. No recordaba desde cuando lo tenía. Realmente parecía el abrigo de un mendigo. Pero no tenía para comprar otro.

Se fue caminando hacia su casa, lentamente ya que el viento no le dejaba avanzar. Comenzaron a caer los primeros copos de nieve, pero era muy curioso: no parecían copos sino burbujas.

Traspasó el cartel donde terminaba el polígono donde estaba ubicado el taller. Pero no entendía lo que decía. Parecía poner "Aquatierra"

Ahora sí que parecía que se había perdido. Así que decidió preguntar a unos niños que pasaban por allí.

  • Perdonad, niños. ¿Dónde estoy? ¿Qué sitio es éste? ¿Qué hacéis?
  • Estamos esperando la llegada de los Peces Voladores.
  • ¿Peces voladores?
  • Anda claro. Aquí en Acuatierra, en lugar de renos y trineos, esperamos la llegada de los Peces Voladores, criaturas mágicas que surcan los cielos en la víspera de Navidad. El niño le explicó que cada año, los Peces Voladores descendían del cielo en un espectáculo deslumbrante, dejando caer regalos en forma de burbujas brillantes que estallaban en el aire y descargaban juguetes, dulces y sorpresas. Sin embargo, este año, algo extraño estaba sucediendo. Los Peces Voladores no aparecían.

Los habitantes de Aquatierra estaban preocupados. Sin los Peces, la Navidad no sería la misma. Eso le contó Nico a Daniel, o a Mateo según se mire. Nico era un niño curioso y aventurero, que decidió investigar, pero como no le gustaba ir solo le pidió ayuda. Se adentraron en el bosque que rodeaba el pueblo. Nico portaba su gorro de lana y su caña de pescar. Había escuchado rumores de que los Peces Voladores estaban en problemas.

Después de caminar un rato, Nico y Daniel llegaron a un lago cristalino. Allí, encontraron a un pez enorme, con escamas de colores brillantes, atrapado en una red de algas. Era el Rey de los Peces Voladores, que había perdido su camino hacia Aquatierra.

  • ¡Ayuda! —gritó el pez—. No puedo volar sin mis amigos. La red me ha atrapado y no puedo regresar a la Navidad.

Nico y Daniel, sin pensarlo dos veces, se arrodillaron y comenzaron a deshacer los nudos de la red con cuidado. Mientras lo hacían, el pez les contó sobre la importancia de la Navidad en su mundo y cómo cada año traían alegría a los humanos. Cuando finalmente liberaron al Rey, este se estiró y comenzó a brillar intensamente.

  • Gracias, valiente niño. Gracias valiente anciano. Habéis salvado la Navidad —dijo el pez—. Ahora, venid conmigo.

Se subieron a la espalda del Rey de los Peces Voladores y juntos volaron hacia el cielo. Desde lo alto, pudieron ver cómo el pueblo se iluminaba con luces de colores. El Rey agitó su cola y, de repente, miles de Peces Voladores aparecieron, danzando en el aire y dejando caer burbujas brillantes con cientos de regalos, haciendo así felices a todos los niños.

Mateo comprendió cuál era su misión. Es como si un Pepito Grillo le hubiera hecho entrar en razón. Iba soñando despierto en el camino de vuelta a casa. Realmente no había peces. Fue todo producto de su imaginación.

En un último esfuerzo, comenzó a tratar de enmendar las relaciones rotas de Daniel: pidió perdón a su familia, se reconcilió con su mujer y su hijo, pagó algunas de sus deudas y trató de reparar lo que quedaba del taller. No fue fácil, pero con cada paso, sentía que algo en él cambiaba, como si estuviera recuperando partes perdidas de sí mismo.

Al final, en el último día del plazo, cuando el reloj marcaba la medianoche, Mateo despertó de nuevo, pero esta vez, en su verdadero cuerpo. Aunque llevaba consigo los recuerdos de Daniel, sabía que ambos habían aprendido algo invaluable. El experimento había sido un fracaso, pero la lección había sido clara: no se puede huir de uno mismo, ni de los problemas que la vida trae consigo.

Se palpó cabeza, pies, torso, parecía que estaba entero. Sus manos se asemejaban a las suyas, esta vez sí. En el espejo del baño comprobó que la persona que le miraba de frente era la que el recordaba ser. Respiró profundo, se puso el abrigo de plumas y salió a la calle.

Encontró a unos niños que estaban haciendo un muñeco de nieve. Hacía mucho que él no construía uno. Se dispuso a ayudarles, pero recibió el impacto de una bola enorme que le hizo caer al suelo. Se levantó y continuó la guerra.

Se divirtió y se rió mucho, como hacía tiempo. Puede que la vida de Daniel fuera complicada efectivamente. Después de vivir aquella experiencia ya no se atrevía a quejarse. Se había pasado mucho tiempo tratando de eludir sus responsabilidades, tratando de no comprometerse, tratando de escurrir el bulto. Quejándose de todo, y poniendo mil excusas. Tratando, pero no actuando.

Ahora comprendía lo que era sufrir de verdad, por no tener el trabajo a tiempo, por no llegar a fin de mes, por discutir y separarse de su familia, como Daniel.

En esto estaba pensando cuando comenzó a nevar de nuevo. Pero no eran copos. Eran burbujas brillantes, solo que esta vez al explotarlas no dejaban regalos. O sí, depende de cómo se mire. Corrió como loco saltando como cuando era un crío y reventando una a una. Con cada una que lo hacía le pareció ver el reflejo de un mensaje: sonríe, sé feliz, abraza, ama… Otras burbujas parecían contener deseos que alguien había dejado atrapados esperando ser liberados.

Miró al cielo y le pareció ver una estrella fugaz. Pero eso no era posible, ya que estaba cubierto por las nubes que soltaban los copos, las burbujas y los instantes de felicidad.

Siguió mirando hacia arriba a pesar de estar calándose hasta los huesos. Y se acordó de cuando jugaba de niño y se tumbaba en la hierba boca arriba para adivinar las formas que tenían las nubes. Jugaba con su amigo Mauro. Uno decía una forma y el otro tenía que encontrarla en menos de cinco segundos.

  • ! ¡Anda que curioso si aquella nube parece un pez!
  • Ahí lo tienes contestó una voz que le tocó el hombro señalando la citada nube.

Se giró y no podía dar crédito a lo que veía. Y se fundió en un abrazo intenso, de esos que te asfixian, con un hombre mayor, con una barba muy cuidada, con un abrigo que parecía nuevo, y con una sonrisa de oreja de oreja.

  • Muchas gracias Mateo
  • Gracias a ti Daniel

Y se fueron cantando Noche de Paz perdiéndose entre las burbujas.

 Un libro es la prueba de que los seres humanos son capaces de hacer magia
(Carl Sagan) 
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